Columnas
Dicen que los grandes temas de la literatura son pocos, porque los grandes temas humanos son pocos. Sin meternos en honduras, podemos estar de acuerdo en el hecho de que los arcos narrativos que permiten entender los dramas y las comedias, parecen ser inmutables en su esencia y cambiantes solo en su circunstancia: el amor no correspondido, la corrupción que nace del exceso de poder, la gratitud que se vuelve resentimiento, la redención del mal, etcétera. El siglo XXI ha sido lienzo de algunos de los peores frescos del pasado, en materia geopolítica y de estrangulamiento de libertades civiles. Esto no era obvio, muy al contrario, había elementos hace 30 años (se supone) para esperar lo contrario, esto es, la superación de temas que se consideraban conquistas culturales globales o al menos occidentales. Lo que quedaba era votar periódicamente por los mejores o los menos malos, y desde ahí ir tirando.
No pasó. En 2025, Oriente Medio está tan caliente como en los aciagos años ochenta, pero con mayor número de víctimas en menos tiempo: decenas de miles, entre soldados y civiles, pero casi todos inocentes. Rusia y Ucrania, dos de los territorios con mayor riqueza humana y cultural de la historia, atorados en un conflicto largo y cruento, donde los objetivos se mueven para que no sean alcanzables, para que nadie pueda poner fin al conflicto sin aceptar lo que para sus respectivos pueblos es inadmisible. Estos parámetros y estas narrativas se crearon con tiempo, con cálculo y con cinismo. Los grandes avances tecnológicos que nos permiten tener casi todo el conocimiento humano acumulado en nuestro teléfono móvil, los usamos para entrar en un sonambulismo voluntario, con el voyerismo de naderías como sello del entretenimiento actual.
En materia económica, se intenta ponerle una capa de aislacionismo nostálgico y algo mitológico a la globalización, pero no hay marcha atrás; los corralitos informativos, los electorados cautivos y las bóvedas de billetes muestran su debilidad e ineficacia. Se aspira a un pasado doméstico y glorioso que es más o menos remoto depende a quién se le pregunte: para unos es el Detroit de las armadoras de carros de los años 70, para otros el milagro mexicano de los cuarenta, y así. En este caso, la llegada al poder de Donald Trump en su segundo periodo, puede dar lugar a enormes daños a todo el mundo, incluyendo a los propios estadounidenses. Paradójicamente, los populistas llegan al poder prometiendo insensateces, y la gente vota por ellas. El que advierte no traiciona, pero sí arruina.
En el caso del agente naranja, pretende imponer barreras comerciales al mercado norteamericano, que depende, por mucho, del consumo de bienes importados, porque lo mejor que tienen siempre les llega de fuera, empezando por los profesores de sus universidades. Aunque México no es la única víctima de sus arrebatos (a Dinamarca ya le dijo que tiene que cederle Groenlandia, por alguna exótica razón), sí somos el país que menos puede hacer para plantarle cara. México no es una “colonia” de Estados Unidos, ni una “maquiladora de los gringos” como se lamentan los sociólogos de preparatoria, pero sí es un componente esencial de su economía, y de esa integración y vinculación exitosa, depende nuestro crecimiento. En fin, estamos en 2025, pero podría ser 1825 o 1625. Mismos dramas, nuevos personajes.