Columnas
Soy una mujer del barrio más bravo de México, a la que como a muchas de ustedes, nos tocó padecer la violencia y el miedo que otros sembraron, el mismo miedo que históricamente impusieron a nuestra nación, ese que nos dividió como sociedad, que dictó a las mujeres un rol en la casa, la calle, la escuela y el trabajo. Porque nos hicieron creer por muchos años que el hambre, las múltiples violencias, los trabajos de cuidados, los sueldos desiguales y las pocas posibilidades de ver desarrollado un proyecto de vida eran nuestro destino.
Crecí entre las calles de esta hermosa ciudad, mi infancia estuvo marcada por las mujeres valientes de mi barrio, que me enseñaron desde niña el respeto por la dignidad y la vida misma, de ellas aprendí, los valores del amor, la solidaridad, la familia, la reciprocidad; y me enseñaron también a alzar la voz ante cualquier injusticia, a hablar por las que no podían.
Eso soy, el legado de las mujeres valientes que estuvieron antes que nosotras, de las que muchas veces fueron silenciadas en su lucha y de las que nunca pudieron alzar la voz.
Desde niña aprendí el valor del trabajo, cuando terminé la primaria me dijeron que no podía seguir estudiando y como a muchas mujeres me tocó trabajar en las calles, para comprar mi uniforme, los libros, porque siempre soñé con estudiar, con prepararme, porque los estudios eran para mí, la esperanza de una vida digna.
He luchado desde niña para servir a las mujeres, porque creí desde siempre que nuestro destino podía ser diferente, creí que las mujeres de mi barrio y de cualquier rincón de este país podíamos convertirnos en Presidentas, Diputadas, Senadoras, Empresarias o cualquier cosa en la que soñaramos.
En la Cuarta Transformación las mujeres somos mayoría en el Congreso, tenemos a la primera mujer presidenta de México, los avances en la protección de nuestros derechos han sido significativos, sin embargo, no suficientes, porque todos los días 10 mujeres a vuelven a casa, somos el país con mayor número de casos de menores de edad embarazadas y la violencia hacía nosotras se sigue replicando en todos los espacios. Por ello, la importancia de abrir espacios para escucharnos para construir agendas que atiendan las diferentes realidades de las mujeres de México. Tenemos frente a nosotras la gran oportunidad de seguir transformando nuestras realidades, la oportunidad de sanar el presente para cambiar el futuro de nuestras hijas y nietas. El sueño por el que trabajo todos los días es el de una sociedad donde la protección de los derechos sea una realidad para cada persona, hasta que la inclusión y la dignidad sean una expresión natural de vida, hasta que nacer mujer en México no signifique condiciones desiguales y para eso necesitamos aliadas y aliados.
María Rosete