Columnas
En democracia, las universidades cuentan con responsabilidades y funciones imprescindibles. Son órganos garantes del derecho fundamental a la educación superior, cuya salvaguarda y permanencia no solo es deber colectivo, sino que genera impactos relevantes y positivos en las sociedades a las que sirven.
Son instituciones comprometidas con la libertad de pensamiento, el análisis serio y fundado de las ideas a través del diálogo y el debate, la creación y difusión de la ciencia y el conocimiento, la construcción de ciudadanía, el flujo libre de la información, la conformación de comunidades plurales con diversas experiencias y cosmovisiones, y al crecimiento individual y colectivo obtenidos por medio del estudio diligente.
Trabajan cotidianamente con un soporte expreso de datos y hechos probados y ciertos. Sobre todo las públicas, son enormes maquinarias de igualación social que brindan futuro y esperanza a los estratos de menores ingresos. En términos de teoría política contemporánea, son bienes públicos y proveen servicios sociales necesarios.
Vistas así, y cuando despliegan suficiente y oportunamente las misiones que les hemos asignado, influyen profundamente en las democracias modernas y son parte central de los regímenes políticos republicanos auténticos.
Reflexiones de esta envergadura y alcance son las que ofrece desde su primera página el Presidente de la Universidad Johns Hopkins (Maryland, Estados Unidos), Ronald Daniels, en su texto reciente “Lo que las Universidades le deben a la Democracia”, en el que advierte que sería un escándalo que dichas instituciones permanecieran pasivas ante el deterioro político que las rodea en algunos países. Es decir, inclusive por sus omisiones podrán ser juzgadas en el futuro.
El también ex Vicepresidente de la Universidad Central Europea (Viena, Austria), determina que para no caer en esa circunstancia, deben revisar con mayor cuidado a quiénes admiten, no admiten o expulsan y porqué; cómo, con quienes y qué enseñan; cómo exploran, crean y difunden el conocimiento; y cómo conectan sus descubrimientos e investigaciones con el mundo real, que reside más allá de sus aulas.
Daniels nos confronta desde un inicio con un dilema interesante. Alega que la pregunta relevante no es cómo conformar una sociedad que nutra a las universidades, sino cómo éstas pueden mejor alentar, defender y reparar la democracia en nuestros sistemas políticos.
Por sus orígenes, funciones, desarrollo, perspectivas e influencia, el autor advierte también que las Universidades deben ser vistas como instituciones clave de la modernidad política y de la resiliencia democrática; incluso al nivel de las instituciones de elección popular, los poderes judiciales y los medios de comunicación, y con deberes constitucionales y sociales similares de salvaguarda de derechos.
En estos tiempos de reflexiones de año nuevo y ante las dificultades universitarias y democráticas en el mundo, no son desafíos menores, y el libro contiene 421 extraordinarias hojas de ruta. ¡Feliz 2024!
@ElConsultor2