Columnas
Los poderes intermedios son considerados por Montesquieu, aquellos parapetos entre el poder del gobernante y el pueblo, evitando o las arbitrariedades y ocurrencias gubernamentales, como las presiones y movilizaciones populares, desestabilizantes del funcionamiento de la institucionalidad. Si bien los poderes intermedios alentan la efectividad del beneficio inmediato, eso no quita que se aleje la amenaza de una dictadura, cuyo ser es justamente la relación directa gobernante-pueblo.
Por poderes intermedios comprendemos las instituciones, las leyes con sus procedimientos, las autoridades con sus recursos y sus decisiones, los congresos con toda la controversia desatada por las discusiones parlamentarias, permitiendo que todas las voces sean escuchadas, llegando a consensos en la generación de una legalidad permanentemente sometida al escrutinio público, y sus sanciones gubernamentales logradas a través del permanente cuidado de un poder judicial vigilante. No es gratuito que Montesquieu fuera pilar de la teoría de la división de poderes para impedir el vínculo directo entre el gobernante y el pueblo, lográndose los contrafuertes constitucionales que alejaran a la tiranía del panorama.
La mayoría de las sociedades modernas, que han adoptado el sistema constitucional, efectivamente reconocen el papel de la voz popular en la toma de decisiones, como un aspecto clave de la vida en democracia. Ciertamente lo es, sin embargo, tal relación no debe de estar exenta de una vigilancia permanente que impida el recurso plebiscitario, como una forma de saltarse los procedimientos constitucionales ya fijados, convirtiéndose en un instrumento para que, por ejemplo, el ejecutivo se salte al legislativo apelando a la relación directa establecida con las mayorías.
La reacción de las mayorías, puede estar determinada por tal cantidad de hechos no objetivos que influyan en sus determinaciones, desde su natural desprecio por un individualismo proyectado como dotado de características sobresalientes, hasta apasionamientos irreflexivos excitados por discursos radicales de quienes busquen aprovecharse del poder mayoritario que si bien concede fuerza, esta no se traduce ni en calidad reflexiva o comprensión del hecho que los movilice como sociedad organizada.
El peligro de un vínculo sin control entre el ejecutivo y la masa, implica la total anuencia gubernamental, y el mejor recurso para que utilizando la constitución, el ejecutivo pueda actuar a su antojo, teniendo, como ocurriera durante el totalitarismo, a la propaganda como mejor vehículo de control masivo al imponer el discurso oficial en una opinión pública coptada ya sea a través de la canalización directa de recursos, o bien, de discursos nacionalistas que ahonden en las conciencias populares hasta comprender que la causa del líder, es la causa de la nación o la del pueblo. El peligro de que a un tirano le salga su amado vínculo directo con la masa, es algo consabido, cuyas consecuencias catastróficas dieron como resultado las peores páginas de la segunda guerra mundial.