Fabiola Sierra
La Real Academia de la Lengua Española, define resiliencia como la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas. Esta aptitud para afrontar la adversidad y lograr adaptarse bien ante las tragedias, el estrés severo y las crisis, la conoce muy bien la sociedad mexicana. México conoce como ninguno la potencia de la naturaleza. Terremotos y huracanes parecen moldear la fortaleza de los mexicanos como individuos y como sociedad.
Pero estas no son las únicas tragedias a las que nos enfrentamos día con día, libramos batallas continuas por la mala administración de pésimos gobiernos, corroídos por la corrupción, la frivolidad y la indiferencia total ante los grandes males que nos aquejan. Enfrentamos desabasto en medicamentos, pacientes con enfermedades crónico-degenerativas luchan cada día para conseguir aliviar sus males. Luchamos cada día con la fallida estrategia que se implementó para atender la pandemia provocada por el Coronavirus y que ha dejado más de doscientas mil personas sin vida, más los daños colaterales, no menores, en la economía del país.
Otros eventos trágicos son los relacionados con fallas y omisiones por parte de las autoridades que, si bien entre sus responsabilidades estaba autorizar y otorgar permisos de obra pública, uso de suelo, funcionamiento de inmuebles, etcétera, también lo era realizarlas asegurando la seguridad de las personas que se “beneficiarían” con su operación. A nuestra memoria, vienen los incendios en la discoteca New’s Divine, la Guardería ABC, el Casino Royale, el derrumbe del Colegio Rébsamen, el socavón del “Paso Express” de Cuernavaca y más recientemente la terrible tragedia del desplome de la Línea 12 del metro de la Ciudad de México. Aquí, no importa el partido político en el poder, todos comparten el común denominador de la pérdida de vidas humanas.
Frente a todas estas catástrofes, la actitud de las autoridades siempre es la misma: la indiferencia y la búsqueda de chivos expiatorios que lleven a sus espaldas las consecuencias políticas. El presidente de la República encabeza ahora unas extrañas ceremonias denominadas de “Petición de Perdón”, fincadas en los agravios contra comunidades que fueron cometidos en el pasado. Ya pasó a disculparse con el pueblo maya y con la comunidad china y, después de ser increpado por algunos periodistas, por fin pidió perdón a las víctimas del derrumbe de la Línea Dorada del Metro de la Ciudad de México.
Pero es el derrumbe en las preferencias electorales, lo que ha llevado al presidente a sustituir el “carajo” por el “perdón”. El enojo del pueblo parece que ha calado profundamente en aquel obstinado que no cambia de opinión fácilmente. Como lo comentamos en la columna de la semana pasada, esta disculpa no está relacionada con el dolor frente a la tragedia de los demás, sino a la propia frente a las urnas.
México tiene una sociedad resiliente, no necesita disculpas. México está urgido de responsables, de gobernantes capaces de asumir sus responsabilidades y compromisos. Necesitamos líderes en el poder, no en campañas.