Hubo un mediodía bañado por el sol en Washington, en el que el presidente de Estados Unidos de América, que se ha destacado por su beligerancia verbal y por su abierto racismo (“México nos manda lo peor que tiene, vienen violadores y asesinos”), contuvo su instinto verbal y señaló que los más de 31 millones de mexicoamericanos que residen en ese país, son gente magnífica, trabajadora, que comparten los valores más preciados por el resto de los estadounidenses: el amor a Dios y a la familia.
Hubo un mediodía bañado por el sol, en Washington, en el que el presidente de México, que no deja pasar un día sin mencionar adversarios, conservadores e hipócritas, contuvo también su abierta hostilidad a quienes piensan distinto para, en lugar de llenarlos de reproches, llenarlos de elogios y piropos (“de usted sólo hemos recibido un trato gentil y respetuoso”).
Las razones de tanta calidez serán origen de diversos estudios especializados en el futuro. Expertos en historia, en ciencia política, en relaciones internacionales, en comercio y otras disciplinas, ofrecerán explicaciones, desarrollarán razones.
Muy probablemente, entre esas estará la de que señala que ahora, justo en este verano de pandemia que tantas cosas han cambiado, el presidente de Estados Unidos de América necesita con urgencia muchos de los votos de esa comunidad a la que ahora, a cuatro meses de la elección, se refiere con aprecio y cariño. ¿Habría habido reunión sin pandemia? ¿Habríamos oído esas dulces palabras, si el presidente más poderoso del planeta tuviera una cómoda ventaja en las encuestas? Los especialistas, con el tiempo de su lado, tendrán la última palabra.
Sin duda entre las explicaciones que habrán de desarrollarse, se asomará alguna que señale que el presidente de México, como no lo ha hecho ninguno antes que él, podía enfrentarse a quien gobierna a nuestro vecino. Incluso Lázaro Cárdenas, que coqueteaba con el régimen nazi al inicio de la guerra, no dudó demasiado cuando tuvo que tomar partido. El desequilibrio es tal, que a la mitad de una crisis como la que ya vivimos, la persona que gobierna México no puede darse el lujo de pelear con quien fácilmente puede echar abajo todo el proyecto de gobierno.
Yo celebro que, con todo y las contradicciones que pusieron en evidencia la fragilidad de las apariencias retóricas (los más grandes empresarios neoliberales de México, fueron invitados a atestiguar la celebración de la entrada en vigor de un tratado que es puramente neoliberal) y que por lo mismo no deberían distraernos más, las imágenes del mediodía de ayer en los jardines de la Casa Blanca, nos ofrecieron un espacio de calma y tranquilidad, al menos por unas horas, a todos los que somos, diariamente, audiencia cautiva de los discursos violentos, encendidos, condenatorios y francamente intolerantes en ambos lados de la frontera. Disfrutemos la paz, las palabras de amistad y apoyo, los terrones de azúcar en las horas que siguen. No durarán mucho ni allá, ni acá. Seguirán las tormentas. No olvidemos que ambos se regalaron bates.