Estimado lector, permita hacer un ejercicio imaginativo sobre lo que podría ser un momento como el que actualmente estamos viviendo:
De fondo, se tenía una realidad desgarradora. En lo social ya se acumulaba la pérdida de más de un millón y medio de empleos; de la muerte de más de 3 mil casos ocasionados por la pandemia; del vergonzoso aumento de los feminicidios y de las ejecuciones sumarias —a pesar de las medidas de aislamiento y cuarentena rigurosamente dictadas—, y de brotes de hambruna en las zonas más vulnerables del país.
En lo político, la gobernabilidad local ya apostaba por restringir la movilidad y el libre tránsito mediante penalidades; así como de la puesta en marcha de estados de excepción en municipios, regiones e incluso entidades de la república; además de la ignominiosa escalada de confrontaciones de cifras, datos y desmentidos políticos que alimentaban el encono social.
En lo económico, el cierre de miles de micro y pequeñas empresas era ya una realidad; en tanto que los pronósticos señalaban ya una caída superior al -8 por ciento del PIB del país, así como la pérdida de la producción petrolera y de su precio.
Fue entonces cuando sucedió: México había llegado a la conclusión de que para revertir esta realidad era necesaria una decisión de estadista, la cual debiese comunicarse en el mejor escenario y con la más concurrida audiencia.
La cita: que mejor lugar que Palacio Nacional, cuya arquitectura se edificó sobre la grandeza de la gran Tenochtitlán; al tiempo que evoca un recinto histórico donde el Poder Ejecutivo federal celebra el grito de nuestra independencia; o desde donde se atestiguan los desfiles militares; o se da cuenta de los mensajes presidenciales.
La concurrencia: el presidente, el Congreso de la unión, los gobernadores, los órganos autónomos, líderes empresariales, sindicales, rectores de universidades y representantes de la sociedad civil y gremios, dirigentes de partidos políticos y zapatistas, cancilleres de todas las latitudes y representantes de organismos internacionales. Así como todos y cada uno de los medios de comunicación y los principales influencers.
La audiencia; millones de mexicanos como espectadores en sus distintos canales, que infería un mensaje largo, conciso, sustentando, con acciones concretas, inmediatas y con evidencias que permitan calibrar y sostener cualquier política pública.
El mensaje, se logra un acuerdo nacional que se cimienta reforzando los procesos y el sistema democrático que privilegia a las instituciones, las autonomías, y el Estado de derecho.
Se anuncia que para reactivar la economía se realizarán inversiones mixtas que permitan la reactivación económica de las pequeñas, medianas y grandes empresas. Así como del impulso de proyectos de alta plusvalía social.
Se anuncia que se realizarán los ajustes necesarios para garantizar al país una reforma fiscal y el replanteamiento de un pacto fiscal donde las políticas distributivas se vuelvan más equitativas.
Se anuncia una reconfiguración estratégica en el sector energético con lo cual se desprende priorizar la inversión no solo en el sector petróleo si también en proyectos que posicionen a México como una potencia económica en el desarrollo de energías sustentables.
Se anuncia una orden de aprehensión contra el expresidente Peña Nieto y varios de sus exfuncionarios.
A todo ello, los medios de comunicación se suman al pacto nacional como una herramienta indispensable para transmitir con ética y veracidad los hechos públicos de trascendencia para que los gobernados asuman responsablemente su rol y actúen en consecuencia.
Son tiempos de “grandeza”, la pregunta que se hace esta columna es si México estará a la altura de ello.