Columnas
La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, concentra las licenciaturas en filosofía, letras, historia, lingüística y geografía. Según la revista “Times Higher Education” (analizando: financiación, administración y calidad en investigación), la facultad ocupa la posición dieciséis en todo el mundo -la UNAM completa, según el índice, es la cincuenta y cuatro-. Todo un hito, cuando no proeza, en una sociedad que aparentemente es poco proclive a las diversas materias que la facultad imparte, pero que ante la calidad de sus egresados, profesores e investigadores, deja en claro que hay algo de suyo que ofrece al mundo tal calidad de entidades reflexivas, que no solamente son gloria universitaria, sino de un mundo entero que permanece atento a las creaciones de un instancia que como el “Argos” -ese mitológico barco cargado de héroes - es capaz de navegar en medio de las tempestades.
La facultad de filosofía representa uno de los mayores logros civilizatorios que nuestra cultura ofrece a un mundo que calla cuando el búho de Minerva, la deidad patrona de la reflexión, emprende el vuelo, y cuyo busto con yelmo guerrero, es escudo facultativo, declarando la guerra a la barbarie y la ignorancia, sobre todo cuando el pensamiento se genera desde un contexto de violencia, en una sociedad sacudida por sus propias contradicciones, pero que para nada es diferente -claro que en su respectivo contexto- a la belicosidad del mundo griego donde nace la sistematización del pensamiento crítico, como un producto exclusivo de la mente humana. La filosofía, pensamiento secular por antonomasia, es tan confrontativo como la lanza de Minerva con la que naciera, directamente de la cabeza de su padre Júpiter, después del golpe que asestara Vulcano, el dios que forjaba las armas de los dioses.
El pensamiento brotó de la cabeza del todopoderoso padre, rudamente, por el golpe del armador divino, para que Minerva, la de ojos esmeralda, encabezara la zaga de una reflexión que no concede espacio ni al fanatismo ni a la demagogia.
Como en el telar de Minerva, el pensamiento crítico se elabora con cuidado, con delicadeza, pero no sin la fuerza del pedal que empuja los hilos hasta ir dando forma a la tela que cubre al ser humano de su desnudez, garantizando dignidad, que no es otra cosa que el valor sagrado que cada persona porta por el hecho de contar con la gracia del pensamiento libre, que indomable labra su propio destino, bajo el amparo de la legalidad, que son como las alas de una lechuza que encontró su hogar en las aulas de marcos azules, que mira con orgullo hacia la cordillera del Ajusco, a la que sus estudiantes contemplamos como si fuera Sócrates cuestionandonos con insolencia y seducción.