Columnas
Cuando ves el espacio público y la expresión majestuosa de cientos de años de cultura nacional, sumergidos en pantanos de basura, de cochambre, de corrupción, y que a los perpetradores de semejante barbarie les resulta intrascendente tan vil expresión de su pauperismo. Uno comprende que las cosas no van bien.
Cuando observamos al conductor del automóvil promedio pasarse el alto, arrojando su máquina a los peatones que corren por la cebra, y alguno reclama, pero lo ataca el perpetrador “ofendido” (yo mismo presencié cómo alguna vez uno de esos asociales golpeó a un joven al que estuvo a punto de arrollar, por pedirle cuidado). Uno comprende que las cosas no van bien.
Cuando un tráiler es asaltado como cotidianamente transcurre en las carreteras nuestro país, y los delincuentes se parapetan entre la horda que saquea el contenedor, con la impotencia de las autoridades, porque “al pueblo no se le toca”, y más tarde esa mercancía se expende en el transporte público capitalino a costos bajísimos, sin que nadie cuestione el origen del producto, que posiblemente fue el motivo del asesinato del chofer. Uno comprende que las cosas no van bien.
Cuando tenemos un conjunto de personas que, a sabiendas de los costos de la medida, estiran la mano para recibir dinero, aunque no tengan medicamentos; su transporte se deteriore más y la acumulación de gente lo consterne, observamos que, prefiriendo la migaja, se someten con la indignidad del esclavo a su cadena, encumbrando a los artífices de la limosna. Uno comprende que las cosas no van bien.
Cuando los merolicos del sistema, encubren sus miserias con la verborrea excrementicia de la ideología, y al que lo expone lo sepultan con montañas de oprobio y amenazas, siendo no solamente individuos, sino universidades, institutos, hospitales y medios de comunicación honestos, y los que los deben de defender -los ciudadanos-, guardan cómplice silencio o se ofrecen al sistema con indolencia, hipocresía o interés. Uno comprende que las cosas no van bien.
El deber de un Maestro no es reproducir la propaganda de ideología alguna, o ser el alfil miserable de organizaciones políticas que incumplen sus deberes magisteriales para hacer política encumbrando a sus indignos líderes, sin haber concluido un periodo escolar en más de treinta años, y salvo excepciones, los otros se han dedicado a transmitir sus frustraciones, resentimientos, envidias y pésima educación a esos pupilos que un día llevarán en hombros los asuntos del país, nos damos cuenta de que las cosas no van bien, salvo por aquellas excepciones, como los Maestros que diariamente sí se entregan por la ciencia, por la crítica y por su formación, y sin los cuales este país ya hubiera sido gangrenado por toda esta barbarie hoy envalentonada. A ellos, gracias (…).