Columnas
Edificar instituciones que solamente radican en las mentes ilustradas de sus creadores. Hacer a un lado la herencia histórica de las sociedades, donde la legalidad choca con el pasado y se le encajan clavos a un bosal en nombre de principios sublimes que dicen las teorías científicas que las cosas así deben de ser.
En el “mejor” de los casos, la crítica que hará E. Burke (Reflexiones sobre la Revolución en Francia) al movimiento revolucionario culmen de las letras ilustradas, pretendieron hacer de las grandes teorías una realidad impuesta a sangre y fuego que, con vistas a las pretensiones de verdad que se adjudicaron, ni culpa ni misericordia mostraron al encontrarse justificados por la marcha del progreso, no importando si esta fuera al ritmo del filo de la navaja de la guillotina.
En el “peor” de los casos, los movimientos revolucionarios se repletan de montones de oportunistas que ven en el conflicto la posibilidad de saltar de clase, de hacer del caos la gran oportunidad de sus vidas y redimirse. De viles delincuentes, maquillados de purísimos redentores; de escoria social a cambiar su exoesqueleto al de puritanos prejuiciosos que todo lo que hacen, es por y para el pueblo. Su riqueza acumulada, no es sino la gratificación honrada a sus grandes sacrificios hechos por la patria. Los “hijos del pueblo” a cuyo nombre se erigen potentados, mienten como la bajeza de sus formas que intentan ocultar con la bisutería de sus vocablos torpes.
En ambos casos: “la verdad” o la “mezquindad maquillada” tienen el mismo resultado: los costos sociales, económicos y políticos por los que transitan de manera traumática las naciones, engendrando odios tan virulentos que tarde o temprano terminan por estallar. La vida se los cobra.
El México decimonónico no es ajeno a las patologías en nombre del progreso y asumir que ser un país moderno y “justo”, implica una drástica fractura con el pasado que pretenden trascender, para llegar a ser una sociedad moderna y justa -como la francesa misma o la muy idealizada estadounidense- costara lo que costara.
La más violenta revolución vivida en el convulso diecinueve mexicano, fue la de la denominada Guerra de los Tres Años, donde el grupo liberal “radical” más joven e inexperto, encabezado por Juárez, se conflictúa con el grupo “moderado” del Presidente Comonfort, que contrariando la versión maniquea de lucha liberales (buenos)- conservadores (malos), inició como un conflicto entre dos ramas liberales, en donde la radical retoma la caracterización burkeana con que yo inicio, provocando una lucha en nombre de la “verdad”, a la que después se sumarían conservadores como antagonistas, pero que en el principio, en nombre del supuesto pueblo y del progreso, el baño de sangre duraría todavía hasta la siguiente década.