Columnas
Una de las maravillas de envejecer es poder ser testigo de la evolución de las personas, los lugares, las ideas y la vida misma. El tiempo, con su sabiduría, nos enseña que la perseverancia, la constancia y la disciplina son ingredientes esenciales para el crecimiento y la prosperidad.
Cuando estaba en la secundaria, solía tomar clases extracurriculares de oratoria por las tardes. Entre las clases oficiales y estas, quedaba un espacio libre que, para una adolescente en pleno crecimiento, era la excusa perfecta para seguir comiendo. Y es aquí donde comienza la bonita historia del lugar del que quiero hablarles.
Como estudiantes sin ingresos, juntábamos las monedas que sobraban de la hora del recreo. Con ese pequeño capital, alguno de nosotros se escapaba de la vigilancia escolar para comprar el famoso “Gohan de seis pesos”. Era un arroz sencillo, rico y calientito que se convirtió en el placer culposo de muchos estudiantes durante años. Este gohan provenía de Harumi, un pequeño local japonés en la colonia del Valle, que en los años 90 apenas tenía una barra y un par de mesas, suficiente para nosotros.
Los años pasaron y, con ellos, muchas cosas cambiaron. Sin embargo, Harumi sigue siendo un lugar especial para mí. Hoy, frecuento el restaurante acompañada de mi madre, disfrutando del mismo gohan, que ahora cuesta más, gracias a la inevitable inflación.
El Harumi de hoy es un espacio mucho más grande: una esquina de dos pisos con planchas de teppanyaki, barras de alimentos y bebidas, y un equipo que atiende con calidez y profesionalismo. Cada platillo que he probado refleja la misma calidad y compromiso que lo han mantenido vigente por décadas.
Mis favoritos incluyen el ramen miso, el yakisoba y el gyudon, todos con sabores que conquistan el paladar y alimentan el alma. En una ciudad como la nuestra, donde la industria gastronómica enfrenta constantes desafíos, encontrar lugares como Harumi, que persisten en el tiempo, es un verdadero regalo.
Los invito a darse la oportunidad de disfrutar este rincón japonés, que no solo llena el estómago de emoción, sino que también guarda un pedazo de historia y tradición.
¡Buen provecho!