Columnas
La creciente ola de “pinchazos” en el Metro de la Ciudad de México ha puesto en jaque la confianza de millones de usuarios que día a día transitan por sus andenes y vagones. Lo que en principio parecía un rumor pasajero se ha convertido en un fenómeno de inseguridad tangible: miles de personas cuestionan si cada empujón en hora pico podría esconder algo más que apretujones.
Los reportes no se concentran en una sola línea: las estaciones Bellas Artes y Allende de la Línea 2, Viveros y Hidalgo de la Línea 3, así como Merced y Pino Suárez de la Línea 1, forman parte de una lista de puntos vulnerables donde los usuarios han sentido la punzada inesperada. Esta dispersión espacial provoca un efecto laberíntico, pues el sistema, por su propia magnitud y complejidad, facilita el anonimato de los agresores.
Frente al alarmante incremento de casos, el gobierno capitalino desplegó más de 5,800 policías—muchos de ellos encubiertos—en estaciones y trenes, y anunció operativos con perros adiestrados para detectar sustancias extrañas. Asimismo, se han instalado módulos de atención inmediata y se ha reforzado la coordinación entre el Metro, la Secretaría de Seguridad Ciudadana y la FGJCDMX, con la finalidad de agilizar la atención médica y jurídica de las víctimas.
Sin embargo, el blindaje policiaco no es la panacea. La verdadera seguridad radica en la prevención y en la cultura cívica de los usuarios: reportar comportamientos sospechosos, acompañar a personas que viajen solas y evitar distracciones —celulares, audífonos— en zonas de mayor concurrencia. Resulta indispensable que cada viajero asuma un papel activo, no sólo pasivo.
De igual forma, el tratamiento mediático de la noticia ha oscilado entre el sensacionalismo y la desinformación, amplificando miedos y fomentando rumores de alcance internacional que vinculan estos pinchazos con redes de trata o crimen organizado. Si bien no se descarta ninguna línea de investigación, conviene distinguir entre la legítima denuncia social y la exageración que termina por estigmatizar al sistema.
Para recuperar la tranquilidad colectiva, es urgente consolidar protocolos claros de actuación y difundir campañas de prevención con perspectiva de género y derechos humanos. La difusión de información veraz, combinada con la confianza en las autoridades, puede reconstruir el vínculo entre el Metro y sus usuarios, bastión urbano más allá de un simple medio de transporte.
En suma, los “pinchazos” evidencian una brecha entre la percepción de inseguridad y las respuestas institucionales. El reto no es sólo capturar agresores, sino reforjar la certeza de que el Metro es un espacio público seguro, inclusivo y solidario. Sólo así podremos viajar sin el miedo a esa punzada invisible que desdibuja la cotidianidad capitalina.
¿Qué haces para estar seguro en el Metro? Me interesa tu opinión, escríbeme en redes sociales, estoy como @federicoreyestv