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Ponerse a estudiar

Ponerse a estudiar

Columnas jueves 12 de septiembre de 2024 -

Los actores son de hoy, pero las consignas son de ayer, y los temas, de anteayer. La gente se está dando cuenta de que la mayoría actúa como mayoría, que los números no conllevan inherentemente virtud alguna, y que a los académicos les gusta el voto popular salvo cuando, a su juicio, se equivoca en lo que quiere. A todos ellos ya los estaba “intuyendo” Aristóteles. Genios. Además, la omnipresencia de la política en las redes sociales y los medios de comunicación, que hoy transmiten en tiempo real 24/7, ha provocado que las sociedades se hayan politizado como una forma de entretenimiento. No saben más que antes, pero opinan mucho más, y algunas personas cuentan con el megáfono que les da la celebridad obtenida por cualquier medio. Hoy el factor “Taylor Swift” se considera como una variable, en serio, para decantar el voto por los demócratas en varios estados.

En el caso mexicano, la actuación del Congreso de la Unión cuyos integrantes tomaron protesta el 1 de septiembre, obliga a desempolvar algunos clásicos, algunas ideas, o si nunca se ha estado en contacto con ellas, a aprenderlas para entender el proceso político mexicano, que hoy está configurado de manera distinta que durante el periodo que va desde la cesión del PRI de la primera gubernatura al PAN, en 1989, hasta la alternancia partidista de la presidencia en el año 2000, pasando por la pérdida de la mayoría oficialista en el congreso, en 1997.

Es difícil hablar desapasionadamente de los temas públicos que adquieren relevancia mediática, porque la gente invierte en ellos emocionalmente, incluso aquella que no tiene interés directo ni personas cercanas a la coyuntura problemática de la que se hable. Y quizás eso sea bueno, parte de la democracia real, en la que el ciudadano se involucra, aunque sea en forma de opinión pública, en los asuntos públicos, y es consciente de que las autoridades que deciden, aprueban o vetan una decisión, lo hacen en su representación, al menos teóricamente. Lo malo es que el debate de altura, desprovisto de adjetivos, es cada vez más escaso.

No se espera que los políticos profesionales discutan la precisión de los conceptos que utilizan, por supuesto. Para ellos el adjetivo, la descalificación y demás herramientas de inflamación constituyen parte del arsenal natural de la política de asamblea. Lo que es útil es que los que no vivimos de la política, ni de movilizar multitudes a costa de lo que sea, sepamos de qué estamos hablando, en lo posible. Una de las confusiones más frecuentes es la del cajón del sastre, es decir, la de meter cosas juntas en la misma categoría que de suyo no son idénticas, pero que a fuerza de holgazanería y propaganda se vuelven lo mismo. A veces la razón es histórica (como el liberalismo y la democracia, que han ido de la mano frecuentemente) y a veces lógica (no hay democracia donde sólo hay un partido y un candidato, como en la Rusia estalinista). El chiste es que estamos acostumbrados a creer que todo lo bueno viene junto, y viceversa.

Quizás por ello hay tantos sorprendidos e indignados, primero con los resultados electorales a lo largo del globo las últimas décadas, y luego con los cambios que estos nuevos gobiernos (populistas o populares, depende a quién se le pregunte) instrumentan en sus países. Para no ir más lejos, en el caso mexicano, se oían voces de incredulidad durante todo el proceso, primero de la asignación de constancias, y luego de las iniciativas de reforma del nuevo congreso. Pero no se explica ese asombro mojigato; no cuando el presidente dijo, desde meses antes de las elecciones, lo que se proponía (obtener la mayoría calificada a través de la votación popular) y lo que haría cuando cumpliera su propósito (mandar la iniciativa de reforma judicial). Literalmente lo anunció, lo repitió y lo subrayó un día sí y otro también, a quien quisiera escucharlo. Se entiende la crítica, la amargura, la celebración o el oportunismo, que de todo está saliendo, pero no la sorpresa.

Quienes tienen convicción republicana, saben que es importante luchar por la separación de poderes, la independencia judicial y el respeto a la ley. Así como en un régimen federal es valioso defender la autonomía de las entidades federativas, y en un país igualitario, garantizar la educación para todos. Pero el tema de diseño institucional no basta para garantizar resultados grandilocuentes, sobre todo cuando existe confusión entre medios, fines, ámbitos y conceptos.

La separación de poderes es una idea específica de los sistemas presidencialistas. Eso quiere decir que los sistemas parlamentarios, muchos de los cuales se consideran altamente democráticos (como Inglaterra), no lo tienen. Ahí hay una confusión de poderes, literalmente, y soberanía parlamentaria, porque el primer ministro es un miembro de la fracción mayoritaria de la cámara de los comunes (como si aquí el poder ejecutivo lo tuviera un diputado), que en cualquier momento puede ser removido por un voto de desconfianza del poder legislativo. Además, las decisiones parlamentarias no son revisables judicialmente. Entonces resulta que división de poderes y democracia no son lo mismo.

De nuevo, no quiero decir con esto que, si México no sé qué, o que si MORENA tal cosa, o que si el PRIAN. No estamos en ese nivel de diálogo (espero). Lo único que digo es que se están confundiendo muchas cosas, y eso hace que el espacio público en el que se discute la situación y el futuro del país, de por sí complejo, se enturbie aún más, innecesariamente. Defiendan lo que quieran, que para eso es la libertad, pero hay que ponerse a estudiar.


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/CR

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