¿Quiere más sopa? Le pregunta el anfitrión a su invitado. -No, muchas gracias. Ya estoy satisfecho. -Ánde, se ve que le gustó, insiste. -No, gracias. -En verdad, tome (le sirve más sopa).
Esta escena se repite cientos de veces a lo largo de nuestra vida. Ándale. Ven a bailar. -No me gusta bailar. -No seas sangrón. Párate y baila (comienza el jaloneo).
Muchas veces nos sentimos obligados a hacer cosas que no queremos, no nos gustan o simplemente no son de nuestro interés.
Tomar una decisión sobre qué hacer o no; es a veces complicado. Tenemos dudas, estamos indecisos. Pero tomar una decisión a partir de la presión social, de la insistencia de otros, es una pérdida de nuestra libertad de actuación.
Muchas personas prueban por primera vez el alcohol, el cigarro o las drogas, por insistencia de “amigos”. Pese a que en principio pudieran no desearlo o no estar interesados.
Nadie quiere ser socialmente rechazado. No nos gusta sentirnos excluídos o apartados. Somos seres sociales, con instinto gregario (zoon politikon). Entonces, cedemos ante la insistencia de otros y al ceder un poco de nuestra voluntad, ganamos cierto margen de aceptación; a veces, desafortunafamente, con un costo muy elevado.
Complacer a los demás en expectativas formuladas sobre nosotros, es la manera menos conveniente de ganar aceptación social, pero a veces la única moneda de cambio que nuestro “presupuesto social” tiene a su alcance.
Es muy fácil decir: “yo no te apunté con una pistola en la cabeza”; sin embargo, la “pistola”, metafóricamente hablando, es el rechazo. Y el sentimiento de exclusión es duro. Sobre todo, cuando se prolonga a lo largo del tiempo, durante años, como en el Síndrome de Carencia Afectiva (el cual, muchas veces puede asociarse a condiciones como los Transtornos del Espectro Autista, en las que el rechazo social puede tener un fuerte impacto).
Si el rechazo social prolongado se convierte en urgencia de aceptación, a veces ciertas personas tendrán la necesidad de complacer para ser aceptadas. Esta es una manera incorrecta de relacionarnos. No solo es culpa de la persona “débil”, dispuesta a agradar a los demás. Es también, y sobre todo, una imposición, una “colonización” del otro (como diría Saramago) y es; por lo tanto, un abuso.
Muchas veces insistimos a otros con el fin de que actúen de acuerdo con nuestros intereses. Otras ocasiones, incluso, la insistencia tiene el fin de agradar a la persona. Pero la insistencia siempre termina “secuestrando” la voluntad de alguien, cuando decir “no”, no es suficiente.
Si aprendemos a escuchar que NO es no; no sería tan difícil dejar de abusar del tiempo, la paciencia o la voluntad del interlocutor.
Flor de Loto: la próxima vez que alguien diga que no, por favor, ¡no insista!