Por Luis Monteagudo
Sin duda, el respeto al trabajo de cualquier ciudadano, mientras siga todos los principios de honestidad y esfuerzo, debe de ser valorado y protegido por la sociedad y su gobierno. En un mundo donde el reconocimiento al quehacer, ha quedado supeditado a criterios mediocres de que la burla a los derechos laborales es el plus que nos permite ser competitivos en un mundo interconectado, es poco menos que un pretexto para eximir a aquellos que han hecho negocio en un mundo donde los precios se definen según estándares internacionales.
México es uno de esos países inmersos en el mercado internacional con frutos sumamente diversos. Tenemos que la apertura comercial del país sin duda replicó en la apertura de las mentalidades. El comercio trae consigo no solamente productos, sino también lleva ideas, como esas que, en la ruta de la seda, traía consigo el imaginario de Las Mil y Una Noches o los Viajes de un famoso comerciante como Marcopolo. Occidente no sería tal sin su admiración cosmopolita por Oriente, y no solamente el consumo de pastas, sino el desarrollo del pensamiento y la estética orientales no se habrían arraigado en nosotros. Del consumo de especias, brotaría la idea de nuevas rutas comerciales que impulsarían el descubrimiento americano.
Sin desvirtuar la importancia del comercio, y reducirlo a mero consumo, lo cierto es que también tenemos un panorama enfermizo que daña no solamente el mejoramiento de las condiciones laborales, sino la dignidad de millones de trabajadores que viven sometidos a prácticas nefastas: contratos temporales hechos para destruir la antigüedad y evitar los patrones pagos como pensiones y vacaciones; firmas anticipadas de supuestas renuncias voluntarias; finiquitos raquíticos; etc. Sería interesante realizar un gran censo nacional para ver cuántos ciudadanos, y dentro de ellos, personal altamente calificado, que contribuye con su formación y su esfuerzo al mejoramiento de las empresas y del desarrollo del país, se encuentran atados a condiciones indignas laborales, mientras unos lucran vilmente, y las instituciones se hacen de la vista gorda asumiendo que la pauperización laboral es el punto nodal de la competitividad nacional.
Una reforma al sistema de pensiones, es uno de esos puntos estratégicos que a la par de la reforma laboral, pretenden eliminarse para borrar el conjunto de prácticas inmisericordes que provocó una reacción violenta a un liberalismo que para desgracia, quedó reducido a esos abusos que A. Smith tanto temía, en donde los mercaderes se creyeran con el derecho de abusar, mientras las instituciones quedaban reducidas a sirvientas del mercado. El abuso jamás ha sido tolerado por ninguna corriente de pensamiento seria, y en caso de acontecer, siguiendo los principios del padre del liberalismo, el estado debe actuar. Buen punto por este gobierno.