Retomo el discurso tristemente inédito de Hillary Clinton en el que se habría declarado vencedora de la elección presidencial de los EEUU de noviembre de 2016, contenido en el reciente libro Los discursos nunca escuchados que habrían reescrito la historia, de Jeff Nussbaum.
Clinton habría dicho que aquella era una victoria de todos y todas, pues el país había probado una vez más, que donde no hay techos (de cristal) el cielo es el límite y que ahora no había descansar sino hasta que cada techo fuera roto, cada barrera derribada y que cada persona pudiera desplegar todo su potencial vital.
A Obama y a su esposa les habría reconocido por haber transformado la esperanza en cambio, elevado el debate público, rescatado la economía, garantizado la seguridad y restaurado el liderazgo de los EEUU en el mundo. Les habría dicho que el país entero les tenía una deuda de gratitud y ella misma también.
Sobre Donald Trump habría dicho que no era un secreto que él y ella no veían el mundo de la misma manera y que en la campaña no habían sido tímidos para expresar sus diferencias, pero habría reconocido que él había peleado incansablemente hasta el mismo final y que solo parabienes le deseaba a él y a su familia.
En un cierre magistral, expresando en toda su crudeza y esplendor los presagios y promesas del sueño americano, Clinton habría hablado sobre la infancia terrible de su madre, Dorothy, que a los 8 años, junto con su hermana menor, fue desterrada por sus propios padres en un tren hacia California, donde fue maltratada por sus abuelos y terminó, sola, trabajando de empleada doméstica.
Hillary habría dicho que piensa en su madre todos los días, imaginándola a veces aterrorizada en ese tren, llorando abrazada de su hermanita. Que en ese viaje, Dorothy aún no sabe todo el sufrimiento que padecerá; que no sabe que encontrará la fuerza para escapar de todo ese dolor y de todas esas penas; que tampoco sabe que todavía falta mucho para lograrlo.
Habría dicho que, a pesar de todo aquello, Dorothy logró brindarle a Hillary el amor infinito y el apoyo incondicional que ella misma nunca había recibido. También le habría agradecido a su madre por enseñarle el paradigma de su fe metodista: “Haz todo el bien que puedas, para toda la gente que puedas, de todas las formas que puedas, por todo el tiempo que puedas”.
Finalmente, se imagina sentándose junto a su madre niña en su asiento del tren y abrazarla diciéndole: “Mírame, escúchame. Sobrevivirás; tendrás tu propia familia y tres hijos. Y así de difícil como lo es imaginarlo, tu hija crecerá y será Presidenta de los Estados Unidos.”
@ElConsultor2
gsergioj@gmail.com