Columnas
Es como si hubieran abierto la puerta de la habitación conyugal, y la visión del ser amado se disolviera en la maraña de cuerpos orgiásticos que se divertían en una madeja de lujuria infinita. Esos ojos que vieron al ente que le sedujera hasta la locura, que a sus oídos le hicieran llegar las aladas palabras del amor eterno, y de repente, con pasmosa ingenuidad, el “maravilloso ser” se mostró tras la puerta. Le creyeron todo, y resultó que su nido de amor era una cloaca pervertida de desenfreno y mentiras.
Resulta que le creyeron, porque se parecía a esa extraña figura redentora a la que fácilmente se idealiza desde el aula universitaria, donde el arsenal de teorías redentoras, efectivamente han dotado a la humanidad de una mayor sensibilidad ante las desgracias sociales y que, quizá como nunca, la organización social puede erigirse en un poder real frente a las amenazas autoritarias, donde una parte importante de la población ha accedido a una formación crítica, y de ellos, una parte numerosa, es universitaria. En las aulas se nos enseñó a aspirar a un mundo mejor y hasta se nos dieron claves analíticas para estudiarlo con el profesionalismo de un técnico, que fácilmente pierde piso entre la hipótesis y el hecho, mirando todo acontecer tras los lentes de una teoría cuya validez se limita a la inteligencia, pero que, ante la crudeza de los hechos fácticos, es una virginal especie que ignora su recibimiento en la catarata histórica.
Resulta que los engañaron. Que por ser universitario y gozar de la benevolencia académica que, con maternal cuidado, le arrojara hielos al despojo cuando derrotado, mendigaba ayuda y pregonaba su versión del fraude. Le creyeron como si fueran un adolescente inexperto que está deseoso de narrativas vehementes que saquen de la desgracia a los millones en cuyo nombre habla, pero que son los mismos que sufren una caída sorprendente en los servicios sanitarios (15.6% en 2016, 39.1% en 2022) y en educación (18.5% en 2016, 19.4% en 2022). Resulta que el redentor al que la universidad le quemó su incienso es el ídolo que ha solicitado facultades extraordinarias para perdonar criminales, y solicitar la prisión de quién sea, por el sólo hecho de ser señalado. Qué dirá la Universidad de su bodrio anhelado, al que con furor defendieron, transformado en un maníaco a la altura de un Calígula revolcándose en insensata orgía de injusticia, falsedad y perversión, con sus lacayos con la Santa Muerte estampada, distinguiendo quién es hombre y quién no.
Resulta que fueron engañados, aunque faltaba tantita atención para repasar la biografía de un violador mórbido de la legalidad, al que prestaron su orgullosa atención, con imperdonable estupidez. Pero los engañó a todos.