No andan con capas, destruyendo alienígenas en vuelos supersónicos; ni reptando por paredes y techos o rescatando camiones escolares de los puentes colgantes de Manhattan.
En México, los héroes de verdad traen piyamas quirúrgicas y sobre ellas batas y guantes y babuchas y cubrebocas y algunos, los menos, los más afortunados, caretas. Después de la pandemia, los héroes de blockbuster no podrán volver a ser creíbles. ¿Cómo podrán serlo de cara a cualquier intensivista vencido por el sueño, tirado en una banca entre los casilleros destartalados de alguna clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social?
Muchas son las lecciones y para muchas personas las que dejarán los médicos, cuando al fin se levante la cuarentena. Apunto algunas que puedo entrever. Primero, ojalá que todos los políticos, todas y todos, sin excepción, aprendan de los médicos que están en la primera línea de batalla frente al virus, que es mejor escuchar que ser escuchado, para poder resolver problemas reales, no inventados; que el trabajo en conjunto, en colaboración, ofrece mejores oportunidades de éxito que el trabajo en solitario o, más aún, que la división y la confrontación; que ante los problemas más serios, lo que uno cree que sabe es apenas el principio de la solución, por lo que siempre es más recomendable guardar una actitud de innovación, preferir una disposición a cambiar con los demás para mejorar, que cualquier conducta anclada en los prejuicios y convicciones propias más arraigadas.
Resulta inimaginable que, ante la urgencia de intubar a alguien que no puede respirar, alguna de las personas profesionales de la salud que la atiendan, decida simplemente hacer lo que se le pega la gana, alegar que sus convicciones y principios son inamovibles y lo más valioso que tiene, machacar sus creencias más acendradas y hostilizar a quien pueda proponer soluciones alternativas. Ante la urgencia por salvar vidas, las y los superhéroes médicos, escuchan, colaboran entre ellos y están dispuestos, ante la incertidumbre, a cambiar sus creencias más acendradas para innovar, teniendo como único objetivo, lograr el mejor resultado posible.
Sin embargo, esas lecciones que permiten a los centros hospitalarios funcionar, especialmente a las unidades de cuidados intensivos, deben también ser aprendidas por el resto de la sociedad y por otras profesiones y trabajos en la vida social.
Por razones de espacio, aquí me refiero particularmente al caso de quienes están a cargo de procurar e impartir justicia. Ver por primera vez a las y los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación celebrar sus sesiones de manera remota, a distancia y sin togas, es la mejor señal de que lo impensable se hizo realidad y de que el precario mundo de certezas, rituales y tradiciones que habitamos por un periodo de tiempo cambió, abriendo para todos la oportunidad de, escuchando a las y los otros, colaborando con los demás, innovar en prácticas y procesos que mejoren la justicia en el país, en especial cuando la cerrazón a escuchar, las ganas de hacer la propia voluntad entre quienes toman las decisiones más importantes y el machaconeo de prejuicios e ideas preconcebidas, ponen el futuro de generaciones en un riesgo inminente.
Ojalá que, al volver a encontrarnos en el espacio público, entendamos que los súper poderes no consisten en volar, en ver a través de las paredes, en secretar telarañas o en descontar y vencer enemigos rompiendo la barrera del sonido, sino en derrotar a la necedad y la cerrazón, cultivando la capacidad de escuchar a los demás, en trabajar con ellas y con ellos y así poder cambiar la ruta que se traza todos los días, innovando, para construir un mejor camino para recorrerlo juntos.