Columnas
Esta será la última semana del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, nada es para siempre; muchos brincarán de gusto, otros llorarán desconsolados, a otros más les será totalmente indistinto, es lo mismo para ellos.
El presidente termina con un alto nivel de popularidad, según el promedio de las encuestas de alrededor del 60%, según las encuestas del gobierno su aprobación está cercana al 100%, vaya usted a saber.
Mucha tinta se ha gastado para explicar lo que unos llaman el "fenómeno AMLO", que pese a los errores en su mandato, pese al evidente fracaso en un factor tan delicado como la seguridad y varios más, termina con esos niveles de popularidad tan elevados, al grado de que su partido arrasó en la elección del 2 de junio y no solo lo sucederá la candidata, impuesta por él, sino además controla las cámaras en el Congreso y su partido le ha regalado las reformas constitucionales que propuso antes de terminar su sexenio, sin olvidar que el oficialismo podrá hacer lo que quiera con la Constitución y con el país al menos los próximos y primeros tres años de la administración de la presidenta Claudia Sheinbaum.
Lamentablemente para quienes no lo quieren , nunca entendieron ni entenderán lo que hizo el presidente, sin que ello quiera decir que todo lo hizo bien; al presidente se le acusa de regresar a México al pasado en muchos aspectos, y sí, posiblemente sea cierto, pero lo que no se quiere reconocer es que algunas cosas las hizo mucho mejor que los de antes, específicamente llevó a lo sublime algo que hizo por décadas el viejo partido dominante en el poder, el hoy casi irrelevante Partido Revolucionario Institucional (PRI), y que permitió que se mantuviera en el poder por más de 70 años, a pesar de todas las tropelías realizadas todo este tiempo.
Por décadas, el PRI se burlaba de los ciudadanos, específicamente de la gente más necesitada, al grado de que cada 6 años cuando requería su voto los concentraba en las plazas públicas para trasladarlos a sus eventos, les regalaba una torta y un refresco, los regresaba a sus lugares de origen y no los volvía a ver sino hasta 6 años después, cuando les repetía la dosis, mientras saqueaba y hacía del país lo que quería. Si existe alguna duda basta una cifra, la pobreza extrema en México creció entre los años 1960 a 2000 en 300%, millones y millones de mexicanos pasaron a engrosar dichas filas, ojo eso no quiere decir que hoy estemos en la abundancia, ni que se haya hecho gran cosa, el balance de este sexenio es igual de dramático en ese sentido.
Pero, repetir la fórmula era un gran riesgo; sí, debemos reconocer que este presidente que se va identificó perfectamente cuál era la estrategia para generar votos cautivos en un "pueblo" necesitado y profundamente ignorante.
Así, llevó a lo sublime la fórmula al cambiarla por una pensión bimestral; en efecto, hay mucha gente en México para quienes una pensión aunque sea raquítica, es la diferencia entre comer y no comer, así de simple. Millones y millones de mexicanos viven al día, alrededor del 70 por ciento de la población, millones no tienen todavía la certeza sobre si comerán al día siguiente, unos cuántos pesos son algo así como la gloria celestial.
Si a eso le sumamos que en este país muchas personas prefieren recibir y no trabajar para ganar, el resultado es contundente cuando se presenta alguien que les da dinero, sin la menor duda lo siguen y apoyan en lo que sea, claro sin importar que ese dinero no es del que lo da, sino de todos los ciudadanos, pero eso qué importa.
No hay duda, si el dinero es gratis no se cuestionan otras cosas, incluso si el dinero llega a cambio de la pérdida de libertad, o del riesgo de inseguridad, bien vale la pena para esa gente.
Una torta y un refresco cada seis años, por una pensión bimestral, esa fue la fórmula del éxito, así de sencillo pero así de complejo a la vez; tener unos cuántos pesos en la bolsa bien vale la pena para muchos, qué importa que México sea el mayor cementerio del planeta, qué importa que sigamos en la mediocridad del crecimiento económico y que nos mientan arteramente diciéndonos que tenemos el mejor sistema de salud del mundo y que ya dejamos a Dinamarca muy atrás. Las consecuencias vendrán después, pero esa será otra historia, por hoy la fórmula tuvo un éxito innegable, rotundo, fue tan sencilla y tan compleja a la vez que pocos o muy pocos la entendieron.