Un desconocido lo detiene en la calle y sin mayor explicación le pregunta a usted cómo es su recámara, cuántos años tiene su hijo, qué objetos colecciona, entre otras cosas. No es una encuesta, sino alguien que quiere saber de usted, su familia, su casa, su modo de vida. En suma, quiere conocerlo en detalle.
Usted seguramente desconfiará y no le dará esos datos. Sería imprudente darlos porque podría ser alguien que quiere robarle, secuestrar a alguien de su familia o causarle un daño.
Si no se atreve a dar esos detalles de su vida personal ¿por qué los revela en redes sociales y plataformas de videollamadas que ahora se usan con mayor frecuencia en el aislamiento social?
En los últimos días ha aumentado el uso de plataformas para el trabajo en casa, pero también para conectarse con familiares y amigos. Así se contrarresta en parte el aislamiento al que debemos someternos durante semanas para evitar una mayor propagación del coronavirus.
El uso de aplicaciones en celulares y computadoras para videollamadas están abriendo las casas para que sean observadas por compañeros del trabajo, de la escuela, sus clientes y proveedores, y en gran medida ante desconocidos.
Han circulado videos de teleconferencias grupales en las que alguno de los participantes se ve en una situación bochornosa porque algún familiar sale inesperadamente a cuadro en calzones, o el niño interrumpe la entrevista, el perro reclamando atención o el mismo usuario que se lleva la computadora o el celular al baño para no perderse la videollamada, pero en su descuido los demás que están conectados lo acompañan virtualmente a uno de los momentos más íntimos.
A Ricardo Puig, comentarista de ESPN, se le cayó la computadora en plena transmisión en vivo y la cámara reveló que sólo estaba vestido de cintura para arriba, pues se encontraba cómodamente en calzones. Claro, la imagen se volvió tendencia en las redes sociales.
Han surgido también iniciativas altruistas y de apoyo mutuo, como artistas que comparten su talento desde sus casas o departamentos. Psicólogos y psiquiatras, entrenadores físicos, chefs, nutriólogos y de diversas profesiones comparten sus conocimientos con amplias audiencias de desconocidos —ya no solo con sus pacientes o clientes—, sobre cómo cuidar la salud durante el encierro.
En esos videos o clases virtuales suelen revelarse aspectos de sus vidas privadas que en otro contexto no quisieran dar a conocer.
Una mayor precaución sobre esas revelaciones de la vida privada y familiar debe recaer sobre los niños, pues se ha incrementado la difusión de fotografías y videos de sus actividades en casa para entretenerlos, de los dibujos y manualidades que realizan en sus cuartos, en la sala o cómo juegan en el patio.
Es muy probable que la información en esas fotografías, videos y videollamadas sea mucho más completa de la que aquel desconocido en la calle podría pedirnos por el solo gusto de saber quiénes somos, qué hacemos, qué tenemos, cómo es nuestra familia, cómo es nuestra casa, en dónde vivimos, nuestros hábitos, preferencias de todo tipo.
No es fácil cambiar súbitamente el comportamiento ante un encierro prolongado, pero es importante preguntarse si la junta de trabajo o escolar necesariamente requiere de una videollamada o basta con el audio, o bien, desplazar al cámara hacia un reducido pedazo de pared sin nada y apenas se vea nuestro rostro. Conviene también avisar a familiares, amigos o con quienes se encuentre que estará ocupado.
Y desde luego, vale la pena pensar si es necesario publicar las imágenes de niños y seres queridos, y en su caso delimitar quiénes pueden verlas.
El Covid-19 exige también el autocuidado de nuestra privacidad.