Luis Monteagudo
Tadicionalmente se puede observar al fascismo como un pensamiento profundamente conservador, donde las élites pretenden mantenerse a costa de una política discriminadora, explotadora y policiaca, y su consecuencia fue la Segunda Guerra. Sin negar la negatividad del sentido, puedo afirmar que también contiene una simplificación, pues se nos olvidó el gran elemento fascista: la participación del pueblo como columna vertebral del movimiento.
Surgido en la Italia de Mussolini, en medio de serios conflictos económicos y un descontento generalizado por la compensación italiana durante la Primera Guerra Mundial, y la destrucción del Imperio Austro-Húngaro, el país itálico compensó sus malestares, concediendo a la demagogia una credibilidad sin precedentes, donde el objeto de todas sus gracias implicaba endulzar los oídos de las masas. La estrategia fascista implicaba utilizar las organizaciones gremiales, como los sindicatos, para garantizar por un lado las lealtades trabajadoras, y por otro, coptar a los líderes para que a través de una impune política de dádivas, se incorporaran a la clase política y económica conforme a los criterios autoritarios del tirano. Las organizaciones obreras como delatoras de posibles críticos del autoritarismo, y brazo golpista que instaurando el miedo a su interior, alejara las sombras del conflicto.
La participación popular fue tal, que la persecusión y el acoso se convirtieron en el pan de todos los días. Seducidos por los beneficios materiales del gremio, con un discurso proteccionista de las asociaciones populares, los pueblos se entregaron gustosos a las políticas psicóticas de sus gobernantes. Sin el activismo popular, el fascismo hubiera quedado en las locas cabezas de soldados frustrados por un conflicto mundial miserable.
Las sociedades no pueden dejarse amedrentar, comprar o fustigar por organizaciones o sujetos que en nombre del pueblo, pareciera que se les concede el provilegio del terror. En la Alemania nazi los porteros de cada edificio o los hijos ideologizados por el sistema educativo estatal, eran informantes de un sistema que así construyó su organización criminal a la caza de seres humanos considerados incompatibles con el supremo bien del pueblo. En nombre del pueblo, y por el pueblo, los crímenes del fascismo cundieron en formas de plebiscitos que usaban la constitución a modo, para empoderar cada vez más a su líderes que por sus muy sublimes causas, patrocinaron el exterminio y la guerra.
El fascismo fue en buena medida un movimiento popular, motivado por gobernantes e ideólogos que entre otras cosas siempre pretextaron los pelígros del comunismo y su detención a toda costa. La Carta de Madrid, signada vergonzosamente por quince senadores panistas retoma el discurso anticomunista en otro contexto, pero igualmente los que se asustan de esa indeseable visita, se les olvida que en ese discurso amoroso del pueblo, justamente se edificó la gran movilización popular fascista.