El regreso de las peligrosas identidades.

El ataque terrorista por parte del Estado Islámico en Moscú enrarece aún más el clima no político, sino civilizatorio en un mundo que, hasta hace 30 años, pretendía haberse colocado por encima de los viejos problemas y las viejas crisis. Hoy nadie piensa (o no debería) que los avances que se observen en cultivos injertados, vacunas e inteligencia artificial, eliminarán el riesgo de las guerras y la violencia por odio, a la vieja usanza, por motivos religiosos y anexiones territoriales.

El Estado Islámico o ISIS, es un grupo terrorista que nació como una escisión de Al-Qaeda, y pretende constituir un estado confesional radical en varios territorios que asume como legítimamente suyos, que abarcan, pero no se limitan, a Irak y Siria. Ahora bien, ISIS-K es la rama del Estado Islámico que con más constancia y energía ha intentado atentados terroristas en toda Europa, incluso en Rusia. El ISIS-K ha planeado unos 21 atentados en nueve países en el último año, frente a los ocho del año anterior.

El primer recordatorio, que no está de más, es que la geopolítica clásica (la que estudia la fragilidad del equilibrio de poderes como una constante) está de regreso y los actores económicos también deben tomarla en cuenta para decidir si quieren invertir, mantener o retirar su inversión en un país específico. Esto va más allá de los consensos luego de un hecho incontrovertible (el nearshoring luego de que occidente comprobó lo poco que le importa a Asia). Actualmente, por ejemplo, una prospectiva a mediano y largo plazo sobre estabilidad política es necesaria para elegir un país destino de inversión en América Latina; baje o no la inflación en Argentina, se pare o no la violencia en Ecuador, esos dos países demostraron ser altamente flamables. A nivel global, la pertenencia a la OTAN juega un papel relevante que podría ser contraproducente si Trump vuelve a llegar a la presidencia y quiere disolver la OTAN. Y estos son solo dos ejemplos que están a la mano.

El segundo punto importante es la reivindicación matizada de la hipótesis de Samuel Huntington sobre los conflictos entre civilizaciones. Los últimos dos acontecimientos que han horrorizado a la sociedad global son el conflicto en Gaza y la masacre en el concierto de Moscú. Ambos hechos tienen en su núcleo un componente religioso que se vuelve político. El video de ISIS describe “el ataque a los cristianos” en Rusia. Matizado porque el conflicto entre Rusia y Ucrania no se explican con ese paradigma. De hecho, para Huntington, hubiese sido improbable un conflicto sostenido entre ambos países porque pertenecen a la misma civilización, la Civilización Ortodoxa.

Esto nos lleva a un punto conciliatorio: las identidades serias, las de siempre, están regresando como parte de la vuelta del péndulo. Y esas, que sí crean conflictos serios, van a opacar a las identidades posmodernas que trajo la corrección política. Regresan no sólo las identidades religiosas, sino las nacionales (como en Ucrania), y las étnicas, con todas las peligrosas consecuencias.

No es broma ni sarcasmo, así como durante la peor época del COVID nadie se quejó de que los formatos de vacunación no trajeran la opción de “no binario”, cuando se desata un conflicto como el de Gaza o cuando se sufre un ataque terrorista como el de Moscú, es altamente improbable que la sociedad se pierda en discusiones sobre qué pronombres son aplicables a los terroristas o a los cadáveres para identificación. Y así volvemos a una era donde la fuerza sólo te la da la fuerza, no la pertenencia, ni la culpa de los antepasados.