Es difícil recibir una felicitación por dedicarse al periodismo. Entiendo que las personas quieren ser amables y festejar, pero este oficio es muy complejo. Vives en una especie de amor-odio para siempre. Lo que yo he sentido como recompensa, es saber que las personas confían en lo que digo y que no me vendo, pero eso me ha costado muy caro. No hay mucho para celebrar.
La realidad, es que vivimos de los sueños y las satisfacciones. Cuando llegué a la Ciudad de México y terminé de estudiar una maestría que aún debo, mi primer trabajo en periodismo a nivel nacional fue crucial. Me asignaron una computadora y lo primero que me dijeron fue “olvida todo lo que aprendiste, aquí en la calle es donde se aprende periodismo” y creo que tenían algo de razón.
Mi primer encontronazo fue con el dolor de las víctimas. Hacía un reporte sobre personas desaparecidas y al finalizar las entrevistas, la mamá de una persona no localizada me dijo “confío en que este reportaje me ayude a encontrar a mi hijx”. Fue brutal y me topé con pared. Realmente no hay mucho que podemos hacer como reporteros, a lo mucho, echarle luz a la verdad. Estamos lejos de ayudar en alguna otra cosa.
Pensé que no servía para esto y lloré por dos días seguidos por no poder hacer nada y tras aclararle que el reportaje por sí solo, no podía lograr que su familiar fuera encontrado. Recuerdo haber estado en una presentación de un libro colectivo con la donde la gran periodista Marcela Turati había participado. Empecé a escuchar testimonios de varias periodistas que también sentían muy mal tras encontrarse con esta realidad. Al finalizar, una de ellas se me acercó y me dijo “si te duele su dolor, justo también estás hecha para esto”. Y ahí entendí que mi pasión eran los derechos humanos.
No hay mucho que festejar, pero sí honrar a los periodistas que se la juegan cada día. A mis compañeros, a mis amigos. Que no importa que la pandemia los alcance, salen a documentar lo que después podría ser olvidado. Poniendo en riesgo su salud. Ahí está mi amiga Olinka Valdéz, periodista que admiro y quiero, que envió a su hija a otro estado de la república porque debido a la pandemia y la cobertura para su medio, la ponía en riesgo y eso no podía perdonárselo.
Y aquellos amigos que ya no están, compañeros que se quedaron en el camino. Que fueron asesinados para ser callados. Está vez no les daré números, no hace falta. Eran personas que vivían para contar las historias que nosotros podemos disfrutar. Con sueldos casi siempre muy bajos, se apasionaban por la verdad y el reporteo. Ya no están y menos del 10 por ciento de esos casos se investigan. Así es el periodismo. No hay mucho que celebrar.