Generaciones enteras preservaron y enarbolaron el contrato social planteado por el padre de la democracia moderna, Rousseau y su concepción declarativa de los ciudadanos, libres e iguales. Así, hicimos nuestro el espíritu nacionalista y construimos la llamada democracia para el hombre blanco y heterosexual; nuestro estado, sus leyes y sus poderes constituidos fueron creados bajo un modelo de ciudadanos de primera y de segunda. La sociedad mexicana sesgada de inaceptables estereotipos por años impuso límites que no permitían la visibilidad de las mujeres, de los grupos indígenas y también de las personas LGBTIQ+, era casi impensable que una mujer pudiera participar en la vida democrática y con ello en los espacios de representación y toma de decisiones.
El siglo XX estuvo marcado por la reivindicación feminista, la gran revolución gestada por las mujeres trajo consigo la conquista del derecho a la educación, al voto, la incorporación en el mercado laboral y finalmente el acceso a los cargos públicos, el anhelo de la igualdad jurídica entre hombres y mujeres se vio materializado de forma declarativa, sin embargo, la discriminación por razón de género prevaleció.
Han sido muchas las mujeres que dejaron una huella en la construcción democrática y las instituciones de México, hoy la Suprema Corte de Justicia de la Nación y el Instituto Nacional Electoral son presididos por una mujer, el Congreso Federal tiene por primera vez en la historia mayoría de escaños representados por mujeres, pero el pensamiento patriarcal parece seguir haciendo eco porque no nos hemos enterado que no le debemos nada a ningún hombre. ¿Qué hay de diferente entre el viejo régimen y el actual, si ambos decidieron tener a una mujer como presa política? ¿Cuántas más faltan para el verdadero despertar de la igualdad?
Poco se habla de las mujeres de la diversidad en el servicio público y los espacios de representación y no es porque no hayan estado ahí antes, al día de hoy la visibilidad de las mujeres que pertenecemos a la comunidad LGBTIQ+ es casi nula, la fórmula de Rousseau ha tenido un cambio ahora la democracia y los espacios para servir a ella están reservados para los hombres blancos y diversos que creen que desde sus ideas patriarcales sus agendas nos representan.
Aunque, no es algo que nos agrede asumir, al día de hoy en México nacer mujer trae consigo condiciones desiguales, pero nacer mujer diversa es sinónimo de ausencia de opciones y poca visibilidad, mientras no hagamos de los derechos humanos valores de vida como sociedad, la paridad, el progreso y la justicia social seguirán siendo un anhelo de ciudadanos de segunda en esta la llamada democracia moderna, porque la verdadera paridad ha de lograrse institucionalizando la perspectiva de género con un enfoque transversal que significaría por un una conquista jurídica y política, pero, también democrática, permitir la coexistencia de la diversidad es liberarnos del yugo del patriarcado, del cisheterosexismo y habrá que luchar por ello.
Andrea Gutiérrez