En el 2020, el mundo cambia rápidamente, las sociedades caminamos hacia una crisis civilizatoria producto del agotamiento de un sistema de organización política, económica y social que ya no responde a la realidad compleja actual.
Las sociedades no encuentran solución a sus problemas, no son atendidas por las autoridades y su sensación de que están siendo gobernadas por élites que les han dado la espalda —para atender sus propios intereses— crece como la espuma.
Esta crisis civilizatoria se agudiza aún más en los países en los que el Estado de derecho es endeble, y gobierno y sociedad actúan bajo el mandato de su arbitrariedad y voluntad. En estos escenarios, la crisis se agrava porque la gente observa que la educación de sus hijos no tiene calidad; que los servicios de salud son insuficientes; que asesinan, secuestran y roban a personas —en los últimos meses se ha recrudecido la violencia contra mujeres y niñas—, pero que 98 por ciento de esos crímenes quedan impunes, que no existen oportunidades de empleo bien remunerado, en una palabra, que no hay soluciones, que no hay justicia, que no hay orden y que no hay paz.
Cuando el Estado da la espalda a un problema y consiente la normalización de un poder fáctico que actúa abiertamente contrario al sistema constitucional se produce una ruptura de los vínculos nacionales. Estos vínculos son los cables invisibles que conectan a todas las personas que habitamos y coincidimos en un territorio determinado, en una misma época.
La base de la asociación humana a lo largo de miles de años ha sido el sostenimiento de vínculos generados por la empatía a nuestros congéneres, que conduce a la colectividad a tener la convicción de que su país y su sociedad son importantes, lo que produce lealtad y compromiso, incluso, más allá de que un sistema legal así lo ordene.
Cuando en la percepción social surge la idea de que gobierno y sociedad no honran estos vínculos comunes, sino que han normalizado y legitimado que cada quien vea por sus intereses sin importar que se pase por encima de la vida, la libertad y los derechos de todos los demás, la crisis civilizatoria se vuelve dramática —como ocurre en México desde hace muchos años—, porque las personas se desconectan de sus semejantes, perdiendo con ello el vínculo que ajusta su conducta a ciertos pactos sociales mínimos que permiten la convivencia pacífica.
Lo que estamos viviendo en México es un tema muy serio y delicado. El pacto social en lo fáctico está en inminente riesgo, el peor escenario es que gobierno y sociedad veamos este tema con frivolidad e indiferencia.
A la memoria y dignidad de Abril, Ingrid, Fátima y todas las que permaneciendo en el anonimato, también nos fueron arrebatadas.