Es sencillo de explicar, difícil de resolver y lamentable de padecer. Como todos los que saben anticiparon, el Banco de México (Banxico) tiene que elevar la tasa de interés referencial 75 puntos base en su decisión de Política Monetaria que hoy se conocerá, para colocar ese indicador en 8.50 por ciento.
La explicación sencilla es que la situación
económica del país vive uno de sus peores momentos para los ciudadanos, los consumidores que intentan comprar sus alimentos y pagar sus cuentas de luz, o transportarse (gasolinas) con dinero que pierde su valor día con día.
El Banxico, ahora lidereado por la exfuncionaria de Hacienda Verónica Rodríguez Ceja, decreta mayores tasas de interés para contener la inflación, el índice de precios que en el más reciente reporte de Inegi (que encabeza, la siempre callada ex secretaria de Economía Graciela Márquez Colín), de julio pasado, ya rebasó el 8 por ciento de aumentos, colocándose como la más alta desde hace 22 años.
Como mecanismo argumentan que un aumento a la tasa de interés tiene como efecto encarecer el costo del dinero (y vaya que si lo logra, ya checaron el aumento en los intereses y el costo de los financiamientos, el que me digan: hipoteca, auto, tarjetas o préstamos… deuda y más deuda), lo que lleva a reducir el consumo interno y con eso bajar el circulante (el dinero) y la demanda de productos.
El gran detalle es que esos productos ya sobrepasaron lo superfluo, neoliberal y aspiracional de los consumidores, se trata en estos momentos, de manera evidente, de la sobrevivencia de las familias mexicanas y su demanda de alimento, casa, vestido y sustento (amén, remataría mi vecina).
Y aquí es donde viene lo difícil de la situación, qué decidir para contener la inflación, si no que se requiere es (como ya lo hemos dicho en varias ocasiones) trabajar, producir y consumir.
Los incrementos a la tasa de interés, además de atraer inversiones en papel (documentos, deuda y cetes, entre otros, porque los intereses que pagan son más altos), pueden inhibir las inversiones de las empresas al evitar usar deuda para producir y a la vez, tener menores oportunidades para ofrecer empleo e incluso, con menos capital, recortar sueldos o personal. Y entonces, quién compra.
Si llegaste hasta aquí es porque tienes un nivel a la frustración alto, porque sigue la sufridera. Los ciudadanos padecemos estas decisiones y el encarecimiento del dinero; dime cuánto ganas y qué haces con tu dinero ahora y qué hacías hace tres o 10 años. Historias de terror las que contamos hoy.
El cuento de esta semana inició con la decisión de la Reserva Federal de Estados Unidos de incrementar su tasa de interés 75 puntos base el mes pasado, para quedar en 2.50 por ciento, con pronósticos de inflación para el cierre del año en su mercado de entre 6.8 y 7.5 por ciento.
Ayer, igual las autoridades estadísticas estadounidenses reforzaron la decisión al dar a conocer que su inflación interanual bajó a 8.5 por ciento en julio por también una disminución en los precios del gas y energía; con un sospechoso índice de precios al consumidor global de cero, porque, explicaron, se equilibraron los costos de los alimentos, combustibles y el resto de los productos.
La inflación en Estados Unidos bajó porque en junio se registró en 9.1 por ciento principalmente porque el galón de gasolina se encareció cinco dólares promedio. Y es preocupante porque en ese país la inflación pocas veces supera 3 por ciento, y cuando lo hace todos pegan el grito en el cielo y llega hasta México.
Nosotros sí que hemos padecido tiempos de inflación mayores a 27 por ciento en 1996, y a 100 por ciento en los 80, donde el deterioro adquisitivo de los mexicanos alcanzó el menos 75 por ciento y nada alcanzaba para nada, bueno entre los asalariados no entre los funcionarios burócratas y la clase privilegiada que en ese momento alcanzaron su consolidación. Y con etapas de crisis permanentes con este indicador por arriba del 10 por ciento.
Inflación global, golpe certero.