Inmarcesible en el imaginario mexicano, la leyenda del enorme Francisco Villa cabalga imbatible todavía por los resquicios de la indignación social contemporánea.
¿Cómo transitar por este 20 de julio, su aniversario luctuoso, y no conmemorarlo? ¿Cómo no reflexionar de nuevo sobre su vida, obra y muerte leyendo a Krause o a Taibo? Es imposible e indebido omitir un comentario sobre el Centauro del Norte en estos días.
Al fin hombre de a caballo, el Centauro del Norte era sensible al hambre de la gente. Fue uno de los mejores estrategas militares del conflicto revolucionario al innovar en el uso del ferrocarril y de la aviación para avanzar en el teatro bélico.
Por sus antecedentes de forajido y abigeo, conocía bien las áridas llanuras de la región, en inmejorable posición para sumarse con talento a la lucha de Madero, a quien inclusive, con esa ferocidad legendaria, llegó a encañonar en una ocasión. El autor de La Sucesión Presidencial de 1910 se había negado a fusilar a un general de apellido Navarro, recién aprehendido.
Estuvo brevemente bajo las órdenes de Victoriano Huerta. El traidor le temió y buscó la manera de someterlo a Consejo de Guerra. Condenado a muerte, en el último momento, llegó un telegrama del mismísimo Presidente Madero conmutándole la pena por cárcel.
Enardecido tras el asesinato de Madero se acercó a Maytorena y De la Huerta. Lo avituallaron para un arranque de hostilidades que desembocaron pronto en la espectacular toma de Ciudad Juárez. Al estilo Guerra de Troya, ingresó inadvertido con sus tropas a la localidad en tren y en minutos tomó puentes internacionales, el cuartel, la jefatura de armas. En telegrama posterior, en muestra de lealtad, puso la plaza, 30 cañones y millones de cartuchos a disposición de su jefe Carranza.
Durante escasas cinco semanas de fines de 1913 fue gobernador de Chihuahua. Según Krause (en Biografía del Poder) abarató los productos de primera necesidad organizando su racionamiento y distribución. Castigó con la muerte abusos y puso a todos sus hombres a trabajar en la planta eléctrica, en el tranvía, en los teléfonos y en los servicios de agua potable.
Recogía niños desamparados y los mandaba a la escuela pagando los gastos respectivos. Trajo de Jalisco profesores que mandó a las escuelas que abrió para sus “muchachitos”. Pensaba en una Universidad militar para cerca de 5mil alumnos “y una escuela elemental en cada hacienda”.
Promovió fábricas de lana y uniformes, una empacadora de carnes, una constructora de casas populares (donde alojaría viudas y huérfanos de la Revolución) caminos y obras hidráulicas. Es más, quería establecer colonias militares por todo el país para que ahí vivieran y trabajaran los soldados de la Revolución. El trabajo debería ser sólo de tres días y otros tres de instrucción militar. Le cuento más el martes próximo.
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