El dato
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), informó la semana pasada que durante el mes pasado tuvimos una tasa anual de inflación de 7.45 por ciento; se trata de la cifra más elevada desde enero del año 2001. Es decir, hacía 21 años que no teníamos los niveles de inflación observados en marzo pasado.
Cuidado, no es un juego
Es cierto que la tasa de inflación que tenemos ahora, aunque elevada, dista muchísimo de las lecturas que tuvimos en otras épocas.
Quien esto escribe pertenece a la generación X, y si algo marcó a nuestra generación en materia económica fue la "década perdida" ese periodo de los años ochenta del siglo pasado, caracterizado por nulo crecimiento e inflación desbocada, hiperinflación.
Las cicatrices de aquellos años las tenemos todos quienes vivimos en esa época, nos guste o no.
La inmensa mayoría de nosotros fuimos mudos testigos de los malabares que hicieron nuestros padres para estirar el gasto al máximo, antes la constante alza de precios en todo tipo de productos y servicios.
Pero no solo eso; es en aquella época en la que empieza a gestarse lo que hoy es una dramática realidad en nuestro país y en muchas otras naciones, porque la década perdida no fue solamente en México, sino en toda Latinoamérica y en muchas otras partes del mundo. Ese fenómeno vigente como nunca en nuestros días se llama: desigualdad.
Con los años se ha profundizado, es cierto, pero no hay duda que su génesis se remonta a aquellas épocas.
La inflación galopante y el bajo crecimiento llevaron al país a un callejón sin salida. El aumento de los precios incrementó a su vez la pobreza, por más control de precios y fijación de costos a una canasta básica que intentaron las autoridades de entonces y que las de ahora amenazan con revivir.
En la brutal carrera precios-salarios, el segundo siempre pierde, inexorable e inevitablemente, es hasta de sentido común porque las leyes del mercado hablan de algo que se llama "elasticidad de precios" que siempre es mucho mayor que la "elasticidad salarial", que también existe pero está acotada por muchos más factores (productividad, ingresos y ventas, utilidades, gestión administrativa, etc).
En esa carrera los pobres se hicieron más pobres, muchas empresas desaparecieron, la productividad se fue al barranco, el crecimiento del país no se diga, y el futuro quedó comprometido seriamente.
Muchos de mi generación tuvieron que hacer esfuerzos sobrehumanos para forjarse un futuro, que la inflación desbocada amenazaba con cortarlo de tajo.
Imagine usted amable lectora, lector, lectore, ganar millones de pesos cada quincena (personalmente llegué a tener un sueldo de 5 millones de pesos, pero muy muy devaluados por la hiperinflación, de modo que no es motivo de orgullo).
Por ejemplo, pagar por un café 50 mil pesos, 23 mil pesos por un kilo de tortilla, 450 mil pesos por un buen traje con camisa y corbata, y hacer un súper que dependiendo del número de integrantes de la familia costaba entre 800 mil y hasta 1.5 millones de pesos en promedio.
En fin, los efectos perniciosos de la falta de crecimiento y de la hiperinflación están a la vista hasta nuestros días.
Esto no es un juego, estamos todavía muy lejos de aquellos años, pero ojalá no estemos sentando las bases para acercarnos más.
Con crecimiento nulo: 2019 menos 0.1%, 2020 -8.5%, 2021 +5% y con la expectativa promedio de 1.9% para este 2022, ojalá no sea el inicio.
La cifra de inflación de marzo debiera movernos a la reflexión; es cierto que se trata de un problema mundial, no es exclusivo de México, pero el crecimiento económico sí es en gran parte nuestra responsabilidad así hayamos recibido el golpe de la pandemia.
Tenemos que hacer algo, y pronto.
El mundo gira
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