Columnas
No sorprende que la mayor parte de las primeras planas y columnas de “análisis” de esta semana, hayan sido sobre todo del debate. Pero el incidente del fin de semana que más sirve para hablar de cosas serias (así sea estirando un poco las categorías) es la manifestación a la que llamaron marea rosa unos, marcha de los conservadores otros, cierre de campaña de Xóchitl Gálvez algunos más. Como siempre, cada uno ve lo que quiere; la posverdad en todo su esplendor. Le llamaremos marea rosa (MR) para efectos de ser amigables con el algoritmo.
Propongo observar el fenómeno fuera de simpatías partidistas (sé que es pedirles demasiado a algunos), porque es un ejemplo de la evolución de los movimientos sociales no convencionales en un país de politización creciente pero asimétrica en la segunda economía más grande de la región, y en uno de los 10 países más poblados del mundo, ósea México.
La marcha en cuestión fue distinta a otras que ha llevado a cabo la oposición al gobierno federal durante el sexenio, por varias razones: En primer lugar, la CNTE, una de las organizaciones de golpeteo y choque más profesionales que hay en México (porque esa es una profesión, como cualquier otra) ya estaba ocupando la explanada, y luego de diversas negociaciones fallidas, que pudieron haber sido simuladas o no, se quedaron ahí, con la intención de inhibir a los de la marcha rosa (otra vez, a lo mejor por encargo, a lo mejor por convicción, a lo mejor por aburrimiento, da lo mismo), pero para los efectos tuvieron que replegarse y hacerse chiquitos durante algunas horas.
Lo anterior no fue porque la MR haya estado muy bien calibrada logísticamente, o porque tuvieran golpeadores y agitadores de mayor peso, sino porque aparentemente sí hubo muchísimas personas. Esto, que parece simplista, de hecho, es raro y complicadísimo; mover cientos de miles de personas (supongamos que uno y otro lado exageran en los números y saquemos una mitad, unos 500 mil) ordenadamente, hacia una misma dirección, y con saldo blanco. Ante esa cantidad de personas, el plan que tuviera la CNTE de disolver, colisionar, replegar o lo que sea, a los recién llegados, tuvo que cambiar, porque sólo hubieran dejado en evidencia la insignificancia de sus números.
Y esto es política, aunque se trate de banderas ciudadanas, porque quien pretende influir con sus acciones alguna decisión colectiva, está haciendo política y punto, ya basta de creer que es una mala palabra. Esta manifestación, que se gestó como anti política, se instrumentó como anti sistémica pero se aprovechó al final como partidista. Fue un manejo hábil de quien la capitalizó al final, y es una muestra de que la oposición está empezando a aprender el nuevo lenguaje de la política y la movilización social. Pero está aprendiendo. Este fue el verdadero cierre de campaña de la oposición. Lo que venga sólo va a desmerecer en impacto.
Lo anterior también implica que existe ya en México un anti obradorismo como movimiento. Pero va más allá del odio que uno u otro profese por la persona del mandatario, aunque el suyo es un movimiento personalista por diseño. Esto es un poco más abstracto, más identitario y por tanto será, quizás, más permanente. En pleno 2024 existe en argentina un anti peronismo de cepa, y un anti varguismo en Brasil, pese a que los símbolos de su repudio llevan décadas de muertos.
La explicación teórica es más fácil, pero no es obvio que fuera a pasar exactamente eso, sólo parece obvio porque ya sucedió, conforme al guión: el populismo es una estrategia demoscópica, más que democrática, porque se basa en decir y hacer cosas que el líder sabe que goza de un consenso mayoritario entre la población. Así, aunque a veces viole la ley o los derechos de otras personas, al ser minorías, se considera una decisión legítima. Es una democracia muy primitiva porque se basa en la legitimidad prescindiendo selectivamente de la legalidad, para acabar pronto, y los teóricos modernos no estarían de acuerdo en llamar a ese adefesio una democracia en sentido estricto.
Como quiera que sea, por diseño, esa estrategia requiere de la movilización permanente de su base, porque cuando el líder deja de movilizar, la gente se da cuenta de que lo estructural no cambia, o no cambia tan rápido o tan eficazmente como el discurso dice. Por eso hay que estar siempre en campaña, porque cuando termina la campaña empieza la evaluación, y ningún populismo aguanta esa etapa.
La polarización violenta es un efecto natural y una herramienta necesaria, entonces, para mantener la popularidad y ganar elecciones, pero poco a poco se va agotando, porque la única realidad que importa, la de recursos limitados contra necesidades ilimitadas, se impone. El populismo decae, no cuando se agota el discurso (que contra lo que cree nuestra tía Lola nació agotado), sino cuando se acaba el dinero. Fue cuando se acabó el dinero del régimen priísta, en 1981, cuando el anti priísmo se volvió real y luego mayoritario. Si un proyecto político quiere durar mucho tiempo, tenga los planes que tenga, a lo que tiene que ponerle más atención, pues, es a que no se le acabe el dinero. Porque ahí todo se acaba.