Columnas
La Novena Época de la Suprema Corte de Justicia de la Nación fue integrada con perfiles de una talla jurídica y humana inmensa. En todos los foros de la época se coincidía en que quienes integraron esa Corte autónoma e independiente de 1994, fueron auténticos señora y señoresministros en toda la extensión de la palabra.
Dentro de esa estelar alineación del Pleno se encontraba don Mariano Azuela Güitrón. En mi primera etapa profesional en el alto tribunal no estuve adscrito a su Sala, tampoco crucé conversación alguna con él, tal vez algún saludo ocasional en los pasillos; no obstante, en la Corte era bien conocida su reputación de ministro serio, estudioso, estricto, de una sencillez inusual y con convicciones morales muy firmes.
Don Mariano fue un ministro íntegro, respetable, cuya inteligencia y fortaleza constituyeron unabalanza que procuró la sabiduría y el equilibrio en la impartición de justicia. Así lo pude constatar en mi segunda etapa en el alto tribunal -como secretario de estudio y cuenta del señor ministro don Juan Silva Meza-. Por azares del destino y algunas afinidades, tuve el privilegio de que don Mariano Azuela me distinguiera con invitaciones esporádicas a comer. En el primero de estos encuentros, el señor ministro Azuela me expresó que, al igual que su padre -Mariano Azuela Rivera-, había encontrado en la función judicial un lugar propicio para la vida independiente que no exige complicidades ni requiere sumisiones y permite colaborar activamente en la protección de la dignidad humana.
Una de las virtudes más relevantes del señor ministro Azuela fue, sin lugar a dudas, la permanente congruencia entre su actuar como juez constitucional y su ideario personal; posición que, además,invariablemente iba acompañada de sólidos argumentos que lo respaldaban. Dentro y fuera de la SCJN, se podría o no estar de acuerdo con los razonamientos, tesis o conclusiones del ministro, pero lo que siempre se le reconoció fue su posición consistente y muy bien argumentada.
Como pocos juzgadores, don Mariano reconoció la importancia que tenían las personas secretarias de estudio y cuenta, de quienes solía decir que contar con un buen grupo era sinónimo de felicidaden la función judicial. De expresión fuerte, elegante y elocuente, don Mariano fue un agudo polemista y extraordinario orador, ya en el Pleno de la Corte, en la Segunda Sala o en los foros académicos en los que era permanentemente solicitado para dar luz sobre temas complejos a las nuevas generaciones de personas abogadas.
El ministro Azuela dejó un legado importante para el Poder Judicial de la Federación, dentro de sus obras destacan: i. La Consulta Nacional sobre una Reforma Integral y Coherente del Sistema de Impartición de Justicia en el Estado mexicano que culminó con el famoso Libro Blanco de la reforma judicial; ii. La creación de los comités para afrontar las actividades administrativas del Pleno; iii. La expedición del Código de Ética del PJF; y, iv. El impulso a la transparencia judicial, destacando en este ámbito, la creación del entonces Canal Judicial para la transmisión en vivo de las sesiones del Pleno de la Corte, como mecanismo moderno y eficiente de rendición de cuentas para la sociedad.
Obiter dicta.
En aquellas comidas, don Mariano me dio por igual cátedras de derecho que de cine, obras musicales, literaura y hasta de estrategia y táctica de fútbol, deporte que fue su pasión. Nos deja un enorme legado el señor ministro de la ética, la oratoria, el crucifijo y el rosario en la oficina. Hasta siempre, respetado don Mariano.