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El olvido de los peores

El olvido de los peores

Columnas viernes 05 de mayo de 2023 -


La virtud de los gobernantes debe de trascender a la mera propaganda, porque de no hacerlo, serán enterrados con sus discursos pendencieros, no porque sea la voluntad de alguien en particular, sino porque el sentido de las palabras cambian, como los tiempos exigen la generación de nociones para entenderse con sus respectivas coyunturas.

La obra de los Médici, en Florencia, trasciende por mucho a sus respectivos problemas. Sabemos de sus enemigos; que llegaron a ser destituidos por el denominado gobierno de “los diez”; que tuvieron que enfrentarse a los pisanos y a potencias extranjeras -como el Reino de Francia- y que ya más cercano a la modernidad, fueron retirados del gobierno de su amada Florencia, que hoy día conforma a la República Italiana. Lo que jamás desapareció, fue su grandeza.

Lo magnífico de los Médici, fue su vocación constructiva. La edificación de instituciones dignas de la altura de sus miras. La Academia Médici tiene una historia espléndida, pues será receptáculo de la gran obra humanista (recordemos que “humanismo” es el proyecto de rescate y estudio de los textos grecolatinos), acogiendo a una pléyade de intelectuales, como aquellos bizantinos que huyeron de su natal

Constantinopla a la caída del Imperio de Oriente, como el célebre Juan Argirópulo, filólogo espléndido que con sus traducciones y pensamiento griego, contribuyeron al estudio humanístico de Platón o Aristóteles, sin los cuales el pensamiento científico moderno jamás hubiera acontecido.

Adquirir, estudiar, traducir y difundir, a la par de las hermosas ediciones aldinas, con incunables que hoy son la envidia de los patrimonios bibliográficos de los grandes acervos del mundo, tienen en los Médici a sus promotores realmente divinos. Más allá de sus problemas, esa familia conforma el patrimonio de una humanidad que sin ellos -sin dudarlo-, el mundo sería mucho más ignorante de lo que pudiera haber sido.

Cuando un proyecto político, cuál sea, tiene por meta suprema el enaltecimiento de la podredumbre, y solamente los más limitados le confieren algo de reconocimiento o mucho de interés, su obra no está destinada para los grandes archivos del pensamiento, sino que conforman el patrimonio de la más baja ralea de un conjunto deplorable.

La vulgaridad y la ignorancia, son enemigas mortales del refinamiento y la alta cultura, el ruido de sus estridencias, está condenado a extinguirse con su intrascendencia, a ser opacados por aquellas obras perdurables que le confieren dignidad a la historia. Los oscurantistas añoran derrumbar a la ciencia, sustituirla por su fea presencia a cambio del culto infame a la zafiedad del personalismo. Se les olvida una pequeña cosa: que sus semejantes no han leído, ni leerán jamás, para guardar memoria de su presencia. El castigo de la historia es el olvido.


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