Los regímenes populistas suelen ser muy ineficientes a la hora de enfrentar emergencias y desastres nacionales. Por ejemplo, recuérdese como gestionaron mal la pandemia del coronavirus. Ahora, con el devastador terremoto en Turquía es Erdogan quien exhibe las deficiencias de los autoritarios. El desastre ha matado al menos a 22,000 personas, cientos de miles han perdido sus hogares y las cifras van al alza mientras las preguntas y críticas contra el régimen son cada vez más fuertes. Turquía estaba emplazada para celebrar elecciones presidenciales el 14 de mayo, aunque esa fecha está en duda. Ya antes del sismo los comicios llegaban en un momento inoportuno para Erdogan, con la inflación disparada, la lira turca debilitada y unas encuestas empatadas. Pero esta catástrofe se ha convertido en el asunto central y definitorio de la campaña electoral.
Malas y demagógicas decisiones de Erdogan estarán presentes en la conciencia de los electores. Según informa el semanario alemán Der Spiegel, el presupuesto de la agencia dedicada a combatir desastres naturales (AFAD) se redujo a unos 100 millones de euros en los últimos dos años, mientras el de la autoridad religiosa Diyanet casi se triplicó al equivalente de 1,700 millones de euros. La Cámara de Ingenieros Geofísicos de Turquía realizó un extenso estudio prediciendo los enormes riegos de un terremoto, pero tanto la administración nacional como las autoridades locales ignoraron los resultados. La oposición acusa al gobierno de haber malversado el llamado “impuesto contra terremotos”. Creció de manera exorbitante el número de viviendas precarias, legalizadas por el partido en el gobierno para captar votos entre las clases desprotegidas. Peor aún, el año pasado, el gobierno rechazó una iniciativa de la oposición para inspeccionar los edificios públicos. Apenas dos semanas antes del terremoto el alcalde de la ciudad de Savaş, la cual resultó muy afectada, advirtió de las insuficiencias en las medidas de prevención.
Pese a tanta indignación no es posible descartar una reelección de Erdogan, quien prometió reconstruir las ciudades y pueblos destruidos “en solo doce meses”, pero no explica cómo hacerlo en el contexto de crisis económica. También ha incrementado la censura a los medios. Polémico fue el bloqueo temporal a Twitter, pese a haberse convertido en un medio de organización ciudadana ante el desastre.
El presidente se ha dedicado a minar el equilibrio de poderes. Además, maneja a su gusto a la autoridad electoral, la cual pretende impedir el registro como candidato opositor del alcalde de Estambul. También sabe echar mano del presupuesto del Estado para la compra del voto y siempre tiene la posibilidad de provocar una crisis internacional. Sin embargo, al presidente se le nota iracundo e inseguro. A fin de cuentas, los turcos pronto tendrán la oportunidad de deshacerse de un régimen autoritario, ineficaz y corrupto.