La semana pasada empezamos a escuchar en los medios y a leer en redes sociales de un pequeño sumergible con cinco personas a bordo que iba a emprender la aventura de recorrer la zona donde se hundió el Titanic, en 1912, en aguas muy profundas del Océano Atlántico, a 650 kilómetros al sureste de la costa canadiense de Newfoundland, a 3 mil 800 metros de profundidad bajo el mar.
En los preparativos, a unos minutos de la travesía, todo era emoción y felicidad. Eran cinco personas a bordo: Paul Henry Nargeolet, experimentado buzo especialista en el Titanic; Shahzada y Suleiman Dawood, un empresario paquistaní y su hijo; Stockton Rush, otro experimentado piloto y buzo, y Hamish Harding, empresario y aventurero británico.
Según el sitio oficial de OceanGate Expeditions, organizadora del viaje, el costo por persona para unirse a la expedición del Titanic es de 250 mil
dólares (cuatro millones 269 mil pesos, que incluye: inmersión submarina, lugar asignado y comidas en el submarino, entrenamiento especial antes y después de la embarcación y equipo de expedición.
Supongo que todos sabían el riesgo de lanzarse a semejante aventura. Menos de dos horas después de sumergirse se perdió contacto con el submarino. La Guardia Costera de Estados Unidos trabajó arduamente para intentar el rescate durante cuatro días, pero cuando encontraron restos de la nave se perdió toda esperanza. La noticia provocó un impacto mundial. Supuestamente, el submarino hizo implosión y no quedó mucho de él y tampoco de los pasajeros.
Los aventureros pagaron más de cuatro millones de pesos por fallecer en el fondo del mar. Era un viaje muy arriesgado y se la jugaron. Su espíritu intrépido no los detuvo y por supuesto, menos el costo de un viaje de esa magnitud. Tenían dinero con qué solventarlo.
Confieso que yo tengo algo de claustrofobia. Jamás me atrevería a entrar a un pequeño aparato donde apenas caben cinco personas, sentadas en el suelo con muy poca seguridad y sólo para ver los restos de un trasatlántico, hundido hace más de 110 años.
A lo mejor suena muy fuerte, pero se me hace una manera muy estúpida de morir. Por mucho dinero que hayan tenido, el riesgo era muy alto y la seguridad era mínima, aunque ha habido otras expediciones similares que han terminado con éxito.
Me parece que sumergirse en el fondo del mar tiene mucho más riesgo que lanzarse en un cohete a la Luna. Valga la comparación.
Lamentable el fallecimiento de ese grupo de personas, pero los seres humanos no escarmentamos. Por el momento están suspendidas las expediciones similares como las que provocaron el accidente fatal, pero no duden que en poco tiempo todo vuelva a normalidad y nuevamente se reanuden los viajes al Titanic.
Los seres humanos no entendemos. La vida es muy frágil y breve y la arriesgamos por una estulticia