Columnas
La Comisión independiente de Investigación sobre los fallecimientos en México por la pandemia de COVID-19 concluye que murieron 808.619 ciudadanos, frente a los 333.336, que registró el Sistema de Vigilancia Epidemiológica de la Secretaría de Salud. 6,4 mexicanos de cada 1000 murieron. Puede comprenderse la naturaleza de la crisis para la que ninguna sociedad estaba realmente en capacidad de responder, pero lo cierto es que esta pandemia se dio en medio de una seria conflictividad sanitaria en donde todos recordamos el embate lanzado hacia el personal médico.
Recordemos la reducción de fondos para las becas de los internos, pues su justa marcha realizada en el Centro Capitalino pintó de blanco una capital que en poco tiempo se teñiría de rojo. El golpe al Seguro Popular (según “ni seguro, ni popular”, aunque beneficiaba a 50 millones de ciudadanos). El famoso pleito gubernamental con PISA, acusada de monopolio, representó un trágico golpe a la cadena de abastecimiento sanitario en un momento donde era más crucial el acceso a los insumos médicos, que las concesiones a algunos hijos de secretarios de estado que lucraron con los precios del instrumental requerido de urgencia, pues a esos mismos que hoy se les va la luz, al más puro estilo de los apagones venezolanos, también se les cayó una vez el sistema. Recordemos la carencia de medicamentos para cáncer, padecimientos psiquiátricos, VIH, recortes presupuestales a los Centros de Salud, siendo despedidos algunos de los directores por hacer su queja pública.
Factores que sumados exponen tanta negligencia, como inhumanidad, que inmediatamente es callada por los corifeos de un sistema al que prontamente la historia, a través de sus ciudadanos, los llamará a cuentas, con todo y amenazas, pues si bien la verborrea demagógica puede tener utilidad propagandística en ciertos momentos de la historia de la sociedad, donde permaneciendo cercanos los recuerdos de gobiernos anteriores, que con sus vicios magnificados por una candidatura presidencial de años, podían tener eco en los criterios de una sociedad cuya desconfianza en sus gobernantes ha sido una constante. Sin duda, el pueblo prestaba oídos a las denuncias, de la misma forma que hoy los prestan con sus ojos, sus bocas y sus corazones…, a todos los que perdimos familiares, cuyas muertes pudieran haberse evitado, con los recuerdos de los más de 5000 heroicos y siempre admirados miembros del personal sanitario que murieron en el cumplimiento de su deber, y que solamente un miserable podría echarles en cara una supuesta posición ideológica con la que siempre se eximen los que lucran con las tragedias del pueblo, que testimonia la nefasta y morbosa campaña desprestigiante contra la muy admirada y respetada María Amparo Casar, acusada de hechos que ameritarían el respeto al debido proceso y una investigación justa. Que juzgue la ley y no la venganza.