Infaustos tiempos en que la calidad de la democracia se mide por el porcentaje de aclamaciones populares, en lugar de resultados, y en que las decisiones se toman en función de la aritmética de mayorías legislativas, en lugar del cumplimiento de metas constitucionales.
Hoy podemos comprobar los fatales efectos que ha producido en Occidente, a nivel jurídico, político y social, la separación entre democracia sustantiva y realidad práctica, pues este fenómeno ha abierto la puerta al afianzamiento de regímenes autocráticos –de distintas intensidades-, inaugurando una etapa que podemos denominar de: las democracias sin derechos.
Estos regímenes están caracterizados por el ascenso de líderes –mujeres y hombres- que pretenden encarnar en su sola persona la voluntad del “pueblo”, trivializar los problemas que viven los países y la complejidad que significa darles respuesta desde la administración pública, proponiendo soluciones simples que, a la larga, terminan exacerbando dichos problema.
Este modo de proceder de los sistemas de dominación política que vienen cobrando auge, están pulverizando la eficacia de un conjunto de derechos humanos y principios constitucionales, porque éstos se presentan como un obstáculo o estorbo para la materialización de decisiones políticas.
Por estos motivos, estamos hoy llamados a ensamblar, ya en definitiva, la idea de que democracia formal sin democracia sustantiva, es la mitad incompleta de un todo, es la representación de un caleidoscopio al cual se le ha mutilado una de sus mitades. Debemos desmontar el mito de que democracia es aquello que sucede cada cierto tiempo, cuando se renuevan los poderes.
Nuestro entendimiento de democracia ante la aparición de estos sistema autocráticos, debe tener la audacia de salir de la visión formalista de reglas y elección, para empezar a cuestionarnos la otra dimensión que la democracia presupone ¿Qué es de la democracia cuando no hay elecciones? Acaso ¿esta desaparece en el inter de una elección a otra?
Democracia es hoy, más que nunca, el respeto a los derechos humanos y la materialización de metas que consagran las constituciones. Si no hay resultados objetivos y cuantificables en la atención a los graves problemas de pobreza, desigualdad, desempleo, déficit en la educación, insuficientes servicios de salud, inseguridad, corrupción, impunidad y falta de acceso a la tutela judicial efectiva, tenemos frente a nosotros regímenes de élites electorales mayoritarias solamente, pero no democracias.
Precisamente, la democracia sustantiva exige hacer realidad la igual dignidad de todas las personas y su derecho a contar con recursos jurídicos y materiales para desarrollar un proyecto de vida, mientras eso no suceda, difícilmente la democracia de cualquier país dará los resultados que la Constitución promete desde un ángulo político y social.
La democracia sustantiva se alcanza, en palabras de Hermet, cuando el gobierno mantiene un buen nivel material, económico y de Estado de Derecho, y proporciona satisfacciones posibles a las esperanzas y demandas de la población. Es un error pensar que esto se logra mediante pura y efervescente popularidad.