Columnas
En la entrega anterior, concluimos que la realidad no se evade, sino que la realidad se enfrenta, porque simple y sencillamente lo necesitamos para vivir en paz.
La entrega de veintinueve capos de la droga detenidos entre 2007 y 2018 por parte del Gobierno de México al de Estados Unidos establece un punto de inflexión en materia de seguridad para la actual administración: de la atención a las causas y defensa dubitativa del legado en esta materia, a un cambio de estrategia de 180 grados: persecución y detención de armas, personas y drogas como no se veían desde el sexenio de Felipe Calderón o durante el último trienio del gobierno de Peña Nieto.
Y toda esta política se aceleró dramáticamente en los últimos cuarenta días de la administración Trump en el poder: de los drones que no sabíamos qué hacían, porque no estaban en territorio nacional, a detenciones masivas de operadores y cabecillas del Cártel de Sinaloa y la expulsión exprés de narcotraficantes detenidos desde hace décadas, cuyo punto de máximo poder se desvaneció hace años o décadas, como el caso de Caro Quintero.
El mayor reto que enfrentará la administración mexicana será definir si expulsará oextraditará a EE.UU. no sólo a cabecillas de narcotraficantes, sino también a empresarios y políticos vinculados con el lavado de dinero y protección política que han tenido los capos por tanto tiempo en tantos estados del país en los últimos años. Los estados fallidos que son hoy Chiapas, Guerrero, Sinaloa, Tamaulipas o Tabasco están en otras ligas de ingobernabilidad; que los ven desde puntos muy distantes estados como Querétaro, Yucatán, la Ciudad de México o el Estado de México.
Sin embargo, México, como todo un país, tiene hoy uno de sus niveles reputacionales más bajos a nivel internacional: del Mexican moment y el NAFTA Generation, en los últimos años nos hemos convertido en el epicentro de organizaciones criminales que han dañado nuestra reputación global. La narco-cultura hace de nuestras canciones odas a los criminales y la tragedia de las personas desaparecidas en México es banalizada en una película, contada en un idioma de “gente pobre”, en español, dicho por su propio director.
México debe recomponer su imagen institucional dañada: transitar de la imagen de un país ahogado por la violencia en muchas zonas, a uno donde se pueda vivir en paz en todos sus rincones y se puedan hacer negocios sin miedo a ser extorsionado, secuestrado o desaparecido. Debemos construir una nueva cultura donde la empatía sea norma y no excepción, la colaboración sea sin subordinación, y en la que todos quepamos; pensemos como pensemos; en la que la violencia verbal sea atajada, venga de donde venga, más si viene desde el poder.
Como sociedad debemos reconstruir nuestro tejido social. Somos 130 millones de personas que merecemos vivir en paz y prosperidad. Lo necesitamos. Lo merecemos.