Los dictadores adoran ser anfitriones de macro eventos deportivos como los Juegos Olímpicos y los mundiales de futbol porque ello les permite promover los supuestos logros de sus regímenes autoritarios. Por eso el inicio de los Juegos Olímpicos de Invierno no podría ser mejor escenario para una cumbre entre Putin y Xi Jinping, lo dos principales autócratas de nuestro tiempo. China reiteró en ella su apoyo a Moscú en su disputa con Ucrania y acuso a Estados Unidos de tener una “mentalidad de la Guerra Fría”. Esta amistad chino-rusa es, sobre todo, pragmática. Se intensificó tras la llegada de Xi al poder en el 2013 y desde entonces los intercambios no han dejado de crecer. El volumen del comercio bilateral se elevó en un 37 por ciento en 2021. Rusia nutre el insaciable apetito chino de gas natural. China le ha prestado a su socio, en total, unos 134,000 millones de dólares. Más allá de lo económico, su “cooperación estratégica” (se niegan a hablar de “alianza”) abarca campos como infraestructuras, seguridad, defensa, rutas comerciales en el Ártico, ciberespacio y viajes espaciales.
Para Xi y Putin la disputa por Ucrania es parte de una lucha para hacer del mundo un lugar seguro para los autócratas. Pero la relación sino-rusa no está exenta de altibajos. Como grandes potencias que son, ninguna de las dos partes quiere ver a la otra demasiado poderosa. Rusia dista mucho de tener la riqueza de China y corre el riego de convertirse en un “apéndice del dragón”. Pero las actuales circunstancias geopolíticas los mantienen unidos. Según Xi y Putin, Estados Unidos están interfiriendo arbitrariamente en los asuntos internos de China y Rusia bajo el pretexto de la democracia y los derechos humanos. La tradición liberal occidental promueve la idea de los derechos humanos universales, pero los gobiernos ruso y chino argumentan “se debe permitir a las diferentes tradiciones culturales desarrollarse como mejor lo crean conveniente”. Para ellos el orden mundial actual se caracteriza por un intento estadounidense de imponer sus ideas occidentales sobre la democracia y los derechos humanos, si es necesario, incluso por la fuerza.
Rusia y China exigen un planeta dividido en distintas “esferas de influencia” (les llaman “zonas de interés). Esta noción (verdadera reminiscencia de la Guerra Fría) es inaceptable para Occidente por violar principios básicos de la convivencia pacífica entre las naciones, en particular, el derecho de un país independiente a definir su propia política exterior y sus naturales intereses estratégicos. Se trata de una disputa de ideas en la cual hoy Biden tiene clara la necesidad de defender los valores liberales, pero si regresará Trump a la Casa Blanca los autócratas tendrían, de nuevo, un aliado quien -al menos retóricamente- simpatiza con su visión del mundo.