Por Guadalupe Juárez
En marco del 28 de junio, en el “mes del orgullo”, Diario ContraRéplica Puebla conversó con cuatro activistas que forman parte de la diversidad sexual, ejemplos de resiliencia y de lucha por sus derechos en uno de los estados que se ha caracterizado como de los más conservadores del país.
En esta entrega, Onán y Hanna comparten parte de su historia de vida y cómo sus voces han logrado abrir más caminos para otras personas como ellos.
Onán Vázquez
Onán se estremece cuando escarba entre los recuerdos. Es profesor de inglés, fundador de Vida Plena, hijo de Guadalupe Chávez y Rogelio Vázquez, una persona que ha vivido 37 años con VIH.
Le detectaron el VIH en 1987, cinco años después del registro del primer caso en el país. Por eso, dice que en México sólo hay dos sobrevivientes de esta enfermedad antes de esa fecha, él y otra persona que no sabe quién es.
Para sobrevivir, cuenta, aceptó ser conejillo de indias en un estudio para tratar el VIH. Este consistía en ser parte de un grupo que no recibía tratamiento, otro que lo tomaba incompleto y uno que sí recibía las medicinas sin saberlo.
Con suerte, formó parte del último grupo y recibió todo el tratamiento, el cual era su última opción, pues empezaba a mostrar síntomas.
Su activismo inició con el movimiento indígena y el Ejército Zapatista, con el que comenzó su interés por los temas sociales y participó en el 2000 en la marcha color de la tierra hasta llegar a Ciudad de México y escuchar en tribuna a una mujer indígena lanzando un mensaje feminista en contra de la discriminación.
A finales de los años 90, el activismo se tornó a la defensa de los derechos de las personas con VIH, para más políticas públicas integrales y un tratamiento retroviral.
Onán vivió en la Puebla en la que había mucha más discriminación, por su orientación sexual y por sus condiciones de salud, cuando perdía el trabajo cuando se enteraban que era homosexual o que tenía VIH.
Su situación era complicada y decidió migrar a otro país, a Berlín, Alemania, en donde tenía amigos. Pero el sismo de 1999 en Puebla, cambió su vida.
En Puebla, relata, se vivía una persecución pública contra la población LGBTI tan intensa que un candidato a la presidencia municipal dijo que iba a “limpiar el zócalo de jotos”, como promesa de campaña, y al conseguir el poder organizó redadas y hostigamiento policiaco contra la población.
En el sector salud, en tanto, el único consultorio que había para atender con personas del VIH de todo el estado era atendido por una doctora homofóbica y que las exhibía en la televisión para meter miedo y que crecieran los prejuicios.
En una fiesta de despedida, unos amigos llegaron sangrando, habían sido golpeados por la policía cuando los vio darse un beso de piquito en la contraesquina de La Catedral.
Uno de ellos estaba afiliado al IMSS, por lo que lo llevaron a la clínica 2, pero el guardia de la entrada no los dejó pasar porque ahí “no atendían a sidosos”.
Onán ve hacia el pasado y asegura que no se arrepiente de quedarse, aunque su pareja falleció, aunque el movimiento que iniciaron cobrara vidas y que los crímenes por homofobia continúen, muchos de ellos impunes.
La lucha por la salud y contra la discriminación continúa, también promulga una ley contra la discriminación, al advertir que la existente es insuficiente e inservible, porque no contempla la reparación del daño a las personas afectadas.
Onán dice que sueña con una sociedad mejor, con las que pueda desarrollarse de manera libre y hacer más actividades fuera del activismo y a disfrutar la vida para ser feliz.
Hanna Cervantes
Hanna sostiene orgullosa la bandera y un abanico multicolor en el corazón de la ciudad, se describe a sí misma como una mujer trans que “decidió ser feliz” a los 19 años, la primera egresada de la licenciatura de Administración Pública y Gestión para el Desarrollo de una universidad pública.
Tiene 25 años, es la segunda de tres hermanos, una mujer que busca el bienestar colectivo y que las personas simpaticen con la diversidad sexual más allá del mes del orgullo, que sepan que tienen los mismos derechos y necesidades, con ganas de ser incluidas.
Desde los 17 años se sumergió en el activismo, pero antes de defender los derechos de la diversidad sexual, se interesó por la reforestación y los derechos de los animales.
A los 21 años comenzó a participar en espacios de la diversidad sexual, y al convivir con otros activistas, decidió “poner su granito de arena” para defender a la población LGBTTIQ+.
El escenario de esa decisión se presentó en uno de los foros de discusión de la Ley Agnes en el Congreso de Puebla en 2021, con la que personas son reconocidas en su acta de nacimiento con la identidad de género autopercibida.
En ese momento supo que tenía que hacer más y así ha sucedido en los últimos años.
Se convirtió en la primera mujer trans en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla de la Facultad de Administración en ingresar a la licenciatura en Administración Pública y Gestión para el desarrollo y también la primera en egresar, abrió el camino para otras.
En foros y convenciendo a otras mujeres trans de estudiar, cuando egresó, dos más ya habían entrado a la licenciatura.
Hanna tiene como meta continuar con su formación académica, a la par, su activismo le permite trabajar en una nueva Ley contra la Discriminación, fue parte del comité organizador de la primera marcha del orgullo del mes, el 14 de junio pasado.
Pero lamenta que las personas trans, independientemente de su preparación, no tienen acceso a oportunidades laborales, otra de las luchas que impulsa para que no continúen en el anonimato.
Habla de la corta esperanza de vida de 35 años para ellas y cómo la discriminación es latente en su vida todavía, cuando se refieren a ella en masculino, por lo que insiste en que las autoridades deben de capacitar a servidores públicos para no ser discriminadas ni en los espacios públicos ni privados.
Hanna es seria, pero al posar frente a la cámara se muestra libre, sonriente, feliz, como dice haber decidido serlo hace años.