En 1971 en Estados Unidos comenzó a circular un libro titulado “Roba este libro” escrito por Abbie Hoffman, uno de los activistas más innovadores de época de la contracultura.
Hoffman fue pionero en aprovechar el potencial político de los mass media para transmitir mensajes e información que impactara a la opinión pública. Pero no era cualquier tipo de información. Usó las técnicas de la publicidad y la comunicación mediática para difundir mensajes que alentaban a las personas a criticar y rebelarse ante el estilo de vida norteamericano. Un modelo representativo de las élites blancas de clase media y alta obsesionadas con el consumo y el enriquecimiento a costa de otros.
En Roba este libro, que bien se puede considerar una performance, Hoffman explica a los lectores cómo poder sobrevivir sin usar dinero ni trabajar, cómo hacer fraudes a los que más dinero tienen, cómo cultivar marihuana, crear una radio libre y vivir dentro de una comunidad de cooperación. Varias librerías se negaron a vender o exhibir el libro y en las que sí lo tenían, las personas lo robaban.
El legado de Hoffman se extendió, se agregaron nuevas fórmulas y fue adoptado en procesos artísticos y políticos. Los artistas se dieron cuenta que los medios de comunicación, escritos y digitales, podían ser manipulados en favor de la sociedad. En la década de los 70, 80 y 90 hubo gran interés por vincular el arte con nuevos escenarios de la vida pública. Pero llevarlo a la calle no solo significaba sacarlo de las restrictivas galerías y museos, sino lograr impactos en audiencias más amplias con el fin de atraer la atención sobre asuntos mantenidos en silencio o sobre los que la opinión pública se había forjado un punto de vista distorsionado.
Los medios de comunicación fueron un punto clave para fusionar arte y activismo. Si los medios podían influir en los comportamientos sociales masivos, el arte podía transformar el sentido y la función de los medios para defender a la sociedad. Con ese objetivo surgieron colectivos de arte como Artist and Homeless Collaborative, Group Material, Gran Fury y Guerrilla girls.
En México es recordada una intervención feminista directa en el espacio televisivo. En 1987, Mónica Mayer y Maris Bustamente, artistas y activistas que integraban el colectivo Polvo de gallina negra, fueron entrevistadas en el programa de Televisa Nuestro mundo, conducido por Guillermo Ochoa. Ellas venían trabajando un proyecto llamado ¡Madres! que se proponía integrar arte y vida. Durante la entrevista en vivo las artistas, personificadas de mujeres embarazadas, comenzaron a vestir al conductor con los atuendos y accesorios que lleva una mujer madre, ama de casa. Le pusieron una panza postiza, un mandil y le hicieron tomar píldoras para lidiar con los síntomas de embarazo. Lo declararon “Madre por un día” y “Reina del hogar”. El conductor dejó que la performance llegará hasta el fin, pero le fue imposible ocultar el efecto incomodo de ser sometido públicamente a una feminización. El programa fue visto en cadena nacional en un horario que alcanzó varios millones de televidentes.
El éxito de la performance en aquella época tenía que ver con un cuestionamiento masivo sobre los roles atribuidos obligatoriamente a la mujer y lo duro que significa llevarlos.
Las relaciones entre arte y medios de comunicación son frecuentes. Los medios siguen siendo una de las esferas con mayor poder sobre la sociedad. Pero los receptores nunca deben ser subestimados. Tal como pasó con el llamado que hizo el conductor Javier Alatorre para, en medio de la crisis epidémica, desobedecer las indicaciones del subsecretario de salud Hugo López-Gatell. Alatorre quizá no esperó las reacciones implacables de los internautas, que de inmediato lo acusaron de irresponsable y poco elocuente.
Los medios no tienen poder absoluto sobre las personas porque los receptores pueden seleccionar la información con base a sus propios intereses. No se debe olvidar que para influir hay que convencer, nunca imponer.