Columnas
Para confiar en las personas y las instituciones, regularmente esperamos que su actuar sea constante y consistente. Por ello, cuando una persona se va y representa a una institución milenaria, la ausencia pesa más.
El Papa Francisco deja en la comunidad cristiana y opinión pública en general, un gran pesar por su ausencia. Para varios, su ímpetu transformador de la Iglesia Católica se quedó corto y para otros no era más que un “papa marxista”. Sin duda, cuando los extremos critican lo que se hizo o dejó de hacer, es innegable que sus acciones tuvieron impacto y no pasaron desapercibidas. Su apostolado fue claro y consistente: una vocación de servicio por las personas más desfavorecidas del mundo, ya fuera quienes viven en condiciones de pobreza sistémica, migrantes o desplazados por la violencia. También fue comprensivo y cariñoso con las millones de personas que sufren discriminación por quien aman. Fue un hombre carismático que buscó siempre la verdad, al no encubrir a los abusadores. Fue un ministro que se sabía humano, falible y vulnerable.
En el 2016 tuve la oportunidad de escucharlo en una homilía ante miles de jóvenes, en la que llamó mi atención una de sus frases: “recen por mí”, una frase que para mí recalcó su humanidad y vulnerabilidad. Fiel a las enseñanzas mediante parábolas, sus homilías eran pedagógicas y sus escritos claros: no eran abstracciones ininteligibles del “sabio”, sino de aquel que comparte lo que sabe, de la manera más asequible posible.
Qué distinto era de aquellos que, con dos gramos de poder, se sienten dueños de la vida y suerte de sus trabajadores, gobernados o familiares; de quienes tan pronto asumen algún cargo se atornillan al mismo, para depredar cuanto recurso humano y material tienen enfrente, socavando el interés público, viviendo del encono, de dividir, estigmatizar y construir enemigos por todos lados. Qué grande quien se fue y qué pequeños tantos miles con migajas e instantes de poder.
¿Qué podemos aprender de alguien como él y de cómo gestionó la Iglesia Católica? Sin duda su carisma ayudó a cohesionar e integrar las diversas tensiones al interior de la misma, para coordinar el trabajo de miles de personas en los cinco continentes. Por ejemplo, prácticamente no hay institución que tenga, a nivel de campo, el conocimiento de lo que pasa en todos los rincones del mundo que sí tiene la Iglesia Católoca. Esto es posible por el “servicio profesional de carrera”, en donde miles de laicos y religiosos le reportaban lo que pasa en las montañas de Guerrero, en la selva de Indonesia, el desierto de Gobi en Mongolia o el Medio Oriente.
Sobre la personalidad del Papa Francisco, sus palabras y discursos siempre fueron muy cuidadosos: jamás tuvo exabruptos ni conductas viscerales. Por ello inspiraba confianza, elemento indispensable para cohesionar no a una iglesia, sino a todas las personas de buena voluntad.