La protección de datos personales es un derecho humano que cada vez genera más interés, pero nuestros hábitos distan mucho de asegurarnos el control de nuestra propia privacidad y la de familiares y amigos. Un ejemplo es el desinterés por leer las políticas de privacidad y los términos y condiciones de uso de los servicios digitales y los dispositivos que usamos.
Los Términos de servicio de Twitter, por ejemplo, suman 2 mil 748 palabras; la política de datos de Facebook —que posee además Instagram y WhatsApp— es de 4 mil 807 palabras. Ahí dicen qué datos recopilan y cómo los usarán, incluyendo con quién los compartirán (venderán).
La excusa más común es que son extensos y es cierto; además, que son letras chiquitas (esto es más debatible). Pero al consentir esas políticas de privacidad prácticamente regalamos nuestros datos a las empresas (muchas extranjeras) que sabrán todo de nosotros.
Pero el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) las leyó y analizó. En su informe “Privacidad de la información de los usuarios en el uso de servicios digitales” (en https://bit.ly/34SqLiS) explica de manera clara, breve y directa qué información recaban y para qué Facebook, Instagram, Twitter, YouTube y WhatsApp; las aplicaciones Uber, Cabify y Waze; las de compras en línea Amazon y Mercado Libre; los servicios de Netflix, Claro Video, Spotify y Deezer; además de los dispositivos Apple, HTC, Samsung, Motorola y Huawei, y los sistemas operativos iOS y Android.
Con uso de inteligencia artificial las empresas que ofrecen esos servicios y productos hacen un perfil de quiénes somos, qué hacemos, qué nos gusta, de nuestros hábitos alimenticios, preferencias sexuales, capacidad de compra, opiniones políticas, raza y religión, entre otros.
También obtienen información de familiares, amigos y la de nuestros contactos almacenada en celulares o en la nube. Esos datos les permiten aumentar sus multimillonarios negocios diariamente a cambio de nuestros likes.
Lo saben todo de nosotros, pero ni así leemos las políticas de privacidad para decidir de manera informada qué modelo de celular o sistema operativo conviene a nuestra privacidad o si vale la pena dar “me gusta” a cambio de revelar nuestros estados de ánimo y preferencias a empresas extranjeras.
Entre los hallazgos del IFT destaca que las empresas “comparten la información que recopilan de sus usuarios con sus socios, terceros, afiliados y otros que utilizan esa información para sus propios fines”. Por eso recibimos publicidad de empresas a las que no les dimos nuestros datos directamente, pero sí de manera indirecta.
Además, “la finalidad de la recopilación de información es para mejorar y ofrecer servicios personalizados a los usuarios”. Por esto se reciben sugerencias de programación y servicios “pensados especialmente para ti”, pero al encasillarlo en sus gustos empobrecen la variedad de contenidos porque descarta otros que también podrían interesarle.
Otro hallazgo fue que “en la mayoría de las políticas analizadas (…) no se establecen tiempos definidos para que se elimine la información de los usuarios cuando dejan de hacer uso de los servicios. Aunado a lo anterior, dentro de las mismas se señala que dicha información será eliminada hasta en tanto no sea necesaria para el servicio digital”. Y gracias a tal ambigüedad pueden usarla por tiempo indefinido.
Si en verdad nos preocupa nuestra privacidad, deberíamos adoptar prácticas que nos permitan decidir de manera informada si queremos o no compartir tanto conocimiento de nuestras vidas con empresas a cambio de lo que ofrecen.