Lecciones de historia

Robustos porque se acabó el hambre en este país, sanos porque las Flores de Bach distribuidas por el IMSS han borrado todos sus padecimientos, sonrientes porque ya vivimos en un Estado de derecho y se acabó la corrupción, atléticos como solo pueden serlo quienes practican el beisbol, cuatro trabajadores del Sistema de Aguas excavan a la luz de las velas proporcionadas por la CFE cuando de entre la polvareda, como una cápsula del tiempo, se asoma un muro con mil colores semiocultos por las capas de suciedad.

Con el ojo afinado de quienes fueron educados bajo la educación humanista y erudita promovida por la CNTE, uno de ellos dice:

—Esto lo pintaron nuestros antepasados aztecas, una cultura milenaria que llegaba al ocaso. Fíjense. En el centro de la pieza puede verse un arcabuz español recargado contra una piedra, probablemente hecho en los talleres castellanos.

El final se acercaba.

—Sin duda —dice otro mientras sopla delicadamente para remover la tierra pegada al muro—. Pero fíjate bien: el dueño del arcabuz es Hernán Cortés.

Claramente, descansa luego de una travesía larga y come para reponer fuerzas.

¿Lo distinguen? —¡No mamen! —exclama un tercero—.

¡Vean bien! ¡Está comiendo carnitas! ¡La compañera Jesusa tenía razón!

La escena me vino a la mente luego de escuchar las palabras del muy morenista presidente de la Comisión de Turismo, Luis Javier Alegre, que festejó que: “con este cinturón maya número dos suman ya seis donde se reconocen culturas como la huachicol, la chiapaneca y ahora la maya”. ¿Se dan cuenta? Meses discutiendo sobre el origen de la palabra “huachicol”, mil tuits a Paulina Chavira para que nos sacara de dudas, y pasamos por alto lo evidente: que los huachicoles son una cultura sofisticadísima que usa vestimentas bordadas con virtuosismo y consume peyote de manera ritual.

¿Motivos para sorprenderse? Ni uno.

Como ya dije, la 4T es, entre otras cosas, un dream team de historiadorxs. Porque está la revelación de Jesusa Rodríguez sobre que Cortés inventó las carnitas y la de mi Güicho sobre los huachicoles, pero a fin de cuentas la historia, en este país, es como la lucha contra la corrupción: va escaleras abajo, cuando el alto de la escalera es nuestro Presidente Eterno, el Primer Historiador de la Patria. El de los 10 mil millones de años, sí. El de aquello de que Mussolini se llamaba Benito por Juárez.

▶ Me viene otra escena a la mente. Tras cinco sexenios en el poder, nuestro Tlatoani, nonagenario, entero físicamente como solo puede estarlo un atleta keniano alimentado con jugo de piña miel y barbacoa, retirado en La Chingada, ese rancho que no es suyo, se sienta en el porche, pluma en mano, y, con la mirada profunda propia de un Herodoto de Tepetitán, mientras espera que vuelva a pasar el Tren Maya, escribe su gran tratado de historia universal.

Dirán ustedes: es viernes, los viernes se entrega la Orden de Macuspana, y la Orden tiene que ir entonces a Güicho, como el funcionario más meritorio de la 4T. Lejos de ello. Esta semana, sin tibiezas, otro prócer con nombre milenario, Cuitláhuac García, se afianzó en el poder gracias a la destitución del fiscal Winckler y el uso de la policía para impedir a los diputados panistas de Veracruz que hicieran su trabajo. ¿Cómo se le llama, hoy, al uso de la fuerza contra una legislatura y a la destitución ilegal de un fiscal independiente? Democracia.

Preparemos a la tropa, Presidente Eterno, por si se le necesita en Baja California.