En México es muy complicado hablar de cualquier tema público sin que se convierta, para casi todos los interlocutores, en un tema de individuos; actualmente, la polémica figura del presidente López Obrador (y su deliberado ejercicio de comunicación personal y permanente) hace que todos los asuntos se conviertan, a ojos de la opinión pública, en una confirmación apasionada de sus virtudes o defectos, depende a quién se le pregunte. Pero a un país no lo mueve un solo hombre, ni hoy, ni nunca. Y no está de más recordar un par de temas que el día de hoy parecen ignorarse selectivamente por las partes interesadas, y que están en el centro de la viabilidad de las propuestas de reactivación económica con la crisis económica presente y venidera.
Primero lo obvio: en una crisis económica mundial y pronunciada casi todos pierden, y mucho. Por eso se llama así, y no “ventana de oportunidad mundial”. Los daños pasan por los gobiernos (que necesariamente ven una reducción considerable en su recaudación, por las buenas o por las malas), por los trabajadores en general, con despidos masivos, reducción de sueldos o convenios de paro de labores, y también por los empresarios, de todos los tamaños y de casi todos los giros.
Por ahora me quiero centrar en un punto que se da por descontado: México tendría que pedir dinero prestado ya, para rescatar a las empresas mediante la quita o prórroga en el pago de impuestos (el préstamo sería, en parte, para compensar la falta de recaudación). El argumento principal: todos los países lo están haciendo y si el gobierno no lo hace, al final “no quedará nada”. Seremos polvo, pero polvo concursado. Así de lírica la prospectiva. Los países ricos, como Canadá y Alemania, están tomando medidas para paliar los efectos, dirigidos tanto al ciudadano de a pie como a las empresas. Transferencias económicas para quienes no pueden trabajar, suspensión en el pago de servicios energéticos y fondos de ayuda a los negocios.
Esto es lo ideal, pero en esos países el nivel de recaudación fiscal es muy vigoroso. Ahí no le perdonan impuestos a nadie. Por eso tienen también sistemas sólidos de seguridad social y reservas financieras suficientes. El promedio de la organización es una recaudación de 34 por ciento del PIB, mientras que en México estamos al 16 por ciento. Es decir, de facto México es un paraíso fiscal para quien genera riqueza. El fisco es implacable sólo con los asalariados y los funcionarios públicos. El resto la pasa tan bien como creativo sea su contador. El gobierno no tiene dinero para nada, y sin prejuzgar las medidas con las que pretende reactivar la economía en el futuro, por lo menos hay que preguntarnos si la solución puede ser ahondar, aún más, el hueco en ingresos fiscales que es, en primer lugar, lo que nos tiene entre la espada y la pared.