Columnas
Hace unos días el presidente de Francia, Emmanuel Macron, (conocido por muchos como el pequeño Napoleón debido a sus ánimos belicistas), propuso en conferencia de prensa un armisticio en Ucrania mientras se celebren los Juegos Olímpicos de París 2024, que serán inaugurados el 26 de julio. Por supuesto que llegar a una tregua, aunque fuese de corta duración, es más que pertinente y deseable, pues significaría que no todo está perdido y nos daría una pequeña esperanza en busca de la paz. Sin embargo, Macron no insistió en el asunto y ahí quedó la cosa; la guerra en Ucrania, el genocidio en Gaza, las tensiones en el Mar de China y otras muchas lindezas de la civilización humana seguirán desarrollándose sin interrupciones.
La idea de detener las guerras y conflictos para permitir la celebración de una justa deportiva no es nada nueva y tuvo sus orígenes en la Grecia antigua. El deporte era una parte fundamental de la cultura griega; nos han llegado relatos de cómo aún los grandes sabios y filósofos eran practicantes activos de diferentes disciplinas de la época. Se sabe, por ejemplo, que Tales de Mileto era un excelente corredor de fondo y que de hecho murió mientras competía siendo ya un hombre mayor.
Grecia no fue nunca un imperio unificado, como lo fueron Roma y Persia, el mundo helénico era un conglomerado de ciudades Estado independientes entre sí que no sólo eran rivales, sino aún enemigas a muerte. Las guerras y conflictos entre ellas eran casi permanentes e inclinaban la balanza de poder principalmente entre Esparta y Atenas, las dos mayores potencias que guerreaban acompañadas de sus respectivos aliados. Pero también otras ciudades, como Corinto y Argos iban a la batalla alegremente a la menor provocación. ¡Qué bueno que hemos avanzado tanto desde entonces!
Pues bien, cuando se acercaba el inicio de los Juegos de Olimpia (que no eran los únicos, aunque sí los de mayor prestigio y duración en la historia), se decretaba el armisticio; todos los guerreros sin excepción dejaban las armas y se dirigían a sus respectivas ciudades para preparar su participación en los Juegos. A partir de ese momento quedaban absolutamente prohibidos los enfrentamientos en el campo de batalla y todos tenían paso libre, incluso por territorio enemigo. Los Juegos eran en realidad más que una competencia o entretenimiento, pues formaban parte importante de los rituales religiosos y se hacían en honor de los dioses. Violar el armisticio podría ofenderlos, no era nada bueno enojar a los dioses, porque podrían mandar grandes desgracias a los mortales: terremotos, sequías, inundaciones… mejor era mantenerlos contentos presenciando desde las alturas los Juegos de Olimpia.
Por cierto, Macron no mencionó la posibilidad de que los atletas rusos pudiesen participar sin restricciones (como las que tienen en este momento) en los JJ. OO. en caso de darse el armisticio. O sea que fue sólo una idea peregrina lanzada al aire, pero me dio la oportunidad de hablarte un poquito sobre la Historia del deporte.