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¿Maduro o podrido?

¿Maduro o podrido?

Columnas jueves 01 de agosto de 2024 -

Las elecciones en Venezuela nos permiten explorar un tema que, a diferencia de los otros que proliferan en la prensa, no requiere del conteo de voto por voto; a saber, las consecuencias de la falta de confianza tanto en el Estado en general, como en las autoridades electorales en particular. Que un régimen como el de Nicolás Maduro haya “aceptado” que ganó por un margen de menos de 10 puntos porcentuales, le hace pensar a los opositores y a la prensa de los países democráticos, que en realidad perdió por mucho. Se entienden las sospechas, porque los gobiernos autoritarios que pretenden encarnar una revolución (la chavista, en este caso, donde el legado del difunto sigue siendo el estandarte de supuesta legitimidad), y las autocracias en general, suelen llevar su manipulación electoral al extremo. Como ejemplo, Paul Kagame, el presidente de Rwanda en funciones, acaba de ganar las elecciones para continuar en el poder, mismo que no ha dejado desde 1994. Según los resultados oficiales, ganó con el 99% de los votos, en unos comicios donde además se le impidió competir, por diversos medios, a todos los candidatos opositores creíbles. Pero así se las gastan los dictadores, porque no se trata de que sus victorias sean aritméticamente verosímiles, sino de conservar el monopolio del discurso para no dar lugar a ninguna discusión pública sobre matices jurídicos ni políticos. El mandamás sigue siendo el mandamás y háganle como quieran.

Así que en el caso de Venezuela, aceptar una victoria cerrada equivale, en el imaginario colectivo opositor, a reconocer una derrota aplastante. De nuevo, es imposible saber, por ahora, el resultado preciso de lo que efectivamente afirmó el electorado de ese país en las boletas.

De lo que no cabe duda es que el poder del gobierno chavista presenta visibles grietas, y esas no dependen de que el número de votos reconocidos se mueva hacia ningún lado. Ante los comunicados escépticos de varios países de América Latina, la respuesta oficialista fue retirar a su personal diplomático de todos ellos, y exigir el retiro de los correspondientes de territorio venezolano. Es una respuesta infantil, temperamental, que no demuestra ni fuerza ni soberanía, sino desesperación y voluntad de seguir en el poder sin importar el nivel de ostracismo y sanciones desde el exterior, que a su vez han provocado que Venezuela haya sido la peor economía del mundo durante varios años, aunque estos dos últimos se haya recuperado relativamente (luego de contraerse 30% un año, si al año siguente se abre ahí una panadería de barrio, el PIB sube 4%). Cuando el aislamiento se vuelve tan grave que impide el comercio, el dinero se acaba, las deudas quedan sin pagarse y se acaban los incentivos políticos de quien sostiene al régimen para seguir en ese barco, sea un grupo ideológico, las fuerzas armadas, algún gobierno extranjero, o lo que sea. Aunque a veces ni eso es suficiente para derrocar a una clase política, como sucedió en Cuba luego de la caída de la Unión Soviética. A ver que sucede en este caso. Pero hay consecuencias que siguen produciéndose, y que tienen impacto creciente.

La migración venezolana ha ido, efectivamente, al alza. Las cifras mediáticas pueden ser exageradas en sus proyecciones, pues dicen que más del 44% de la población del país consideraría emigrar si se quedaba Maduro. Ya hay millones fuera del país, pero no es tan sencillo que el éxodo siga creciendo hasta dejar solo a quien no se quiere ir. Es un tema logístico, pero también de psicología política. La mayor parte de la gente viviendo bajo un régimen termina resignándose a él, pues tiende a someterse al poder sin siquiera intentar desafiarlo antes (Timothy Snyder habla de “obediencia anticipada” de la mayoría, en su libro “On Tyranny”, que vale la pena leer).

Lo de las estatuas de Chávez derribadas y los disturbios presentes es tema aparte. Pero las protestas populares, cuando son espontáneas y no organizadas y fondeadas, tienden a disolverse rápidamente. Un poco por las mismas razones expuestas antes, y un poco porque un gobierno tiende a caer cuando pierde legitimidad, no solo popular, sino ante la clase política de la época. En un país como Venezuela, esta clase política incluye como actores centrales a los altos mandos militares. Y ellos no están desconociendo la elección. Por eso la líder opositora, a quien están llamando a desconocer los resultados electorales, es a los propios militares. Pero suena improbable. Si alguien necesita incentivos abundantes para desobedecer, es un soldado. No sé si en el caso de Venezuela, los tenga.


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/CR

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