Columnas
En política a veces es necesario comer sapos crudos sin hacer gestos, pero hay límites. La llegada de Adrián Rubalcava a la dirección del metro de la Ciudad de México es un despropósito. Que no se equivoque la cúpula de morena: las bases y la gente no son idiotas y tarde o temprano reaccionarán ante tales acciones.
En julio de 1942, la Empresa Mexicana de Lucha Libre (hoy Consejo Mundial de Lucha Libre) de Salvador Lutteroth, anunciaba el debut en su elenco de un gladiador enmascarado que se hacía llamar El Santo, quien supuestamente causaría sensación entre los “fans”. Se montó un cartel de lujo con algunos de los más destacados luchadores del momento: Murciélago Velázquez, señor de las alimañas, campeón medio nacional; Ciclón Veloz, campeón welter nacional; Bobby Bonales, creador del tope suicida; Lobo Negro, uno de los más taquilleros; Bobby Rod, gringo de gira por estos lares; Ed Pavlovsky, ruso oriundo de Moscú y El Gorila Macías II, completando el cartel.
El marco fue la Arena México de la colonia Doctores, principal escenario del pancracio mexicano completamente llena en espera de conocer al misterioso debutante. Este se presentó ataviado con mallas y camiseta azules, capa y zapatillas plateadas y su incógnita protegida por una máscara de cuero del mismo color. Una vez presentados los ocho contendientes comenzó la campal, en donde, como es costumbre, los luchadores se van eliminando y según el orden derivan cuatro luchas estelares. Uno a uno, fueron puestos fuera de combate; hasta que al final quedaron El Santo y Ciclón Veloz; de entre ellos saldría el ganador de la noche.
Antes de iniciar el “match”, el plateado se hincó en actitud de rezar, logrando con ello que algunos sectores del público le aplaudieran, pues pensaron que si era un ferviente creyenteera por lo tanto un luchador limpio. ¡Pero qué va!, apenas comenzada la primera caída, el encapuchado, haciendo gala de una rudeza inaudita y utilizando toda una gama de marrullerías, en especial rodillazos y golpes prohibidos, logró vencer a Ciclón, quien no tuvo tiempo siquiera de tomarse un respiro. En el descanso entre caídas el debutante cínicamente se volvió a poner de hinojos para rezar, y la clientela, que al principio le aplaudió, comenzó a chiflarle y gritarle improperios. En la segunda caída, el campeón welter nacional se recuperó y merced a su técnica depurada logró emparejar la lucha a base de topes y patadas voladoras. En la caída definitiva El Santo continuó pisoteando el reglamento dando muestra de los peores instintos; atizándole a su rival, persiguiéndolo, aplicando faul tras faul, hasta que el pobre Ciclón quedó hecho un guiñapo. El público,enardecido ante tanta crueldad, clamaba justicia al réferi Lomelín y no fueron pocos los que por momentos trataron de tomarla en sus propias manos; estuvieron a punto de subir al cuadrilátero para linchar al rudo. Finalmente, don Jesús Lomelín reaccionó y trató de intervenir para detener la masacre, lo que enfureció aún más al encapuchado, que hecho un energúmeno se lanzó contra el mismísimo réferi, propinándole una golpiza tal, que lo dejó semiinconsciente y con la camisa hecha jirones para continuar con su labor destructora en la humanidad del infortunado Ciclón Veloz. El respetable aullaba de rabia e indignación contra el plateado. Don Jesús, sacando fuerzas de algún lado, logró incorporarse dificultosamente y todavía grogy llegó hasta donde se encontraba caído el técnico y levantándole la mano decretó la descalificación del debutante. La función llegó a su término y la gente, ya más tranquila, salió contenta, pues hubo justicia y el bien había triunfado.
A pesar de haber perdido en su debut, El Santo entró por la puerta grande al mundo del pancracio. Y ese público, que al principio de su carrera lo odió como a pocos, con el tiempo lo amó como a ninguno, haciendo de él no sólo el máximo ídolo del deporte-espectáculo de los costalazos, sino algo mucho más importante y perdurable: un símbolo y punto de referencia obligado de la cultura popular mexicana del siglo veinte. Hasta el próximo jueves…