Por Santiago Hernández Zarauz
@futsanti
*(a Valeria y a Paz Olivares)
Bien podría llamarse marzo o podríamos bautizarlo mayo, pero es abril. El raro territorio temporal que habitamos mantiene nuestros pies descalzos en una ínsula donde las horas de cuarentena y de relación con el interior, trastocan la realidad que concebíamos como vida cotidiana.
En otra época los relojes no solo medían la hora sino hasta el pulso cardiaco y parecía que controlábamos hasta los más nimios segundos, ahora resulta que nos detenemos en una etapa de reflexión constante, pensando con detenimiento hacia dónde estábamos caminando. Ese mundo racional y eficiente se ha topado con el molino de viento de su propia realidad. Entre los dedos de nuestras manos se escurrió la posibilidad palpable de conocer la entrada de la primavera. Las estaciones no se han movido de lugar, sino que nuestra manera de habitar el mundo las ha orillado, incluso, a su desaparición. Sin embargo, entre las cosas que aún podemos abrazar con cercanía está leer el Quijote.
Florece un mes en el que muchas personas regresan a abri(l)r las páginas de una novela donde caben todas las historias. En la grisácea nube que se ha colocado en una atmósfera libre de contaminación, aún podemos celebrar que haya quién lee por primera vez—quizá en voz alta—la novela de Cervantes.
No pienso hacer —y me disculpo con los lectores agudos y avezados— una aportación teórica sobre una historia de historias de las que se pueden seguir jalando hilos. Pero en el confinamiento y la sensación de silencio en la que me encuentro, volteo a ver con infinita admiración y cariño los pasajes de cabalgata que comparten don Alonso Quijano y Sancho. Resulta sumamente curioso leer la historia de un personaje que sale en busca de aventuras como paladín de la caballería andante. Un loco enamorado de la idea de la defensa de un mundo que sólo existió en los paisajes de la novela de caballería y del que se burlan en la misma que protagoniza el Quijote; la supuesta voz del raciocinio y la fe en la postura del cura, el barbero y el bachiller. En esa conquista de lo inalcanzable me parece que se dibuja cierta similitud con quienes creemos, lanza en brazo y yelmo en cráneo, que tenemos la oportunidad de parar y regresar al escenario de un mejor mundo posible.
Entre los muchos espejos donde se refleja la historia de Cervantes, los protagonistas deciden volver a salir de la venta en la que descansan, al conocer que su historia se ha popularizado a lo largo y ancho de la Mancha. Cervantes, que funge como traductor de su homónimo árabe, Cide Hamete Benengeli, logra vencer los embustes de un apócrifo Avellaneda—que muchos quieren bautizar con el apodo de Lope—alentando al Quijote y a Sancho a continuar cabalgando por el mapa de la imaginación. En esa tercer salida, acontece un pasaje que me parece pertinente recuperar dentro de nuestro contexto. En una deriva en la que buscan llegar a Barcelona, Sancho y Quijote llegan a la cueva de Montesinos. Ebrio de aventura, el Quijote pide a su fiel escudero que amarre una cuerda a su cintura—misma que me gusta pensar que le llama “mecate”—para adentrarse en los misterios del antro. “Dicho esto, y acabada la ligadura de don Quijote —que no fue sobre el arnés, sino sobre el jubón de arma...”.
El Quijote se encuentra con un fantástico paisaje donde, no solo termina conociendo al tal Montesinos sino que encuentra una posible cura y/o solución para “desfacer” una maldición que embruja a su amada Dulcinea. Agotado, exhausto, pero no abatido, el Quijote logra salir de la cueva gracias a que su Sancho lo jala con el esfuerzo de quien lucha por la vida de un hermano. “Pero no respondía palabra don Quijote; y sacándole del todo, vieron que traía cerrados los ojos, con muestras de estar dormido. Tendiéronle en el suelo y desliáronle, y, con todo esto, no despertaba; pero tanto le volvieron y revolvieron, sacudieron y menearon, que al cabo de un buen espacio volvió en sí, desperezándose, bien como si de algún grave y profundo sueño despertara…”.
Al recuperar la conciencia, el Quijote narra a su amigo las maravillas y peripecias con las que se encontró dentro de la cueva. Como sucede a lo largo de la novela, el relato del Quijote mantiene a Sancho en un estado de asombro que no le provoca ninguna otra cosa en el mundo. “—Dios os lo perdone, amigos, que me habéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado. En efecto, ahora acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño o se marchitan como la flor del campo. ¡Oh desdichado Montesinos! ¡Oh malferido Durandarte! ¡Oh sin ventura Belerma! ¡Oh lloroso Guadiana, y vosotras sin dicha hijas de Ruidera, que mostráis en vuestras aguas las que lloraron vuestros hermosos ojos!”.
El escudero—y otro pastor que acompaña la escena—escucha a su amo maravillado y convencido de que lo que narra el Quijote, incluso sin la necesidad de comprobarlo, es absoluta verdad. Cuando la peste Covid-19 se expandió por el globo me gustaba refugiarme en la idea de que se trataba de un pasaje digno de la famosa cueva. Me costaba trabajo pensar que afectos cercanos estuvieran contagiados y en espera de una cama para atenderse el famoso virus. Solo en la literatura había podido imaginar un escenario como en el que nos encontramos y quizá por eso me parecía tan cercana la cueva en la que se adentró el Quijote, como quien desciende a un infierno dantesco. Pero como bien sabemos, no se trata de una ficción, sino de una triste realidad provocada por nosotros mismos. La pandemia tiene nombre y nomenclatura pero es solo un síntoma más de un mundo que muestra signos evidentes de enfermedad. Insisto en que no volveremos a la realidad, o por lo menos no deberíamos hacerlo, porque mucho de ella es lo que provocó el encierro en el que estamos.
Hoy más que nunca, abrazo a quienes defienden un mundo más libre y alejado del que conocíamos. La niña que navega en un barco impulsado por el sol para hablar del cambio climático; el artista oaxaqueño que se niega a que las empresas trasnacionales conviertan el grano sagrado de maíz en transgénico industrial; el escritor que escribe sus cuentínimos a diario para apaciguar los demonios de la ansiedad enclaustrada; el joven que da sentido al mundo con su música; la doctora que escucha, antes de opinar, los testimonios de sus pacientes; la profesora que revoca el plan de estudios que busca la operatividad y eficiencia de sus alumnos para recomendar que se lea literatura; todo el personal médico que apuesta por la vida... Ellas y ellos, que como el Quijote parecía que pecaban de locura, y que hoy se comprueba que llevan la razón de quien sale de la venta en un cuarto viaje y lucha por un mundo mejor para todos.
Florece abril, en un lugar de la Mancha.