Sorprendentes afirmaciones, como decir que las clases medias fueron cómplices del ascenso al poder del nacional socialismo en la Alemania de la primer posguerra, además de ofensivas, son una interprertación limitada al prejuicio que nutre la limitada educación de un auditorio no muy versado en historia universal.
Entre los años 1914 y 1918, se desarrolló en Europa la Primera Guerra Mundial, conflicto del que los denominados imperios centrales (Alemania, Austria-Hungría y Turquía), serían derrotadas por el bando Aliado (Inglaterra, Francia, EEUU, Bélgica, Italia, etc.). En el imaginario germánico, la guerra fue una traición de los partidos de izquierda, como la socialdemocracia, que opuesta al conflicto, caído el emperador, se apresuró a tratar la paz con los aliados, y a restablecer un orden institucional en lo que se denominaría la República de Weimar. Las negociaciones entre los contendientes terminaron por imponer una serie de penalizaciones a los perdedores: pago completo de la guerra; pérdida de las colonias de ultramar, sesión de territorios a Francia, Polonia y Dinamarca y, lo que con el tiempo sería lo más costoso, un total sentido de humillación de la que para principios del siglo veinte, sería la población de clase media más educada y estable del mundo.
Uno de los grandes exponentes de la crítica al fatídico Tratado de Versalles, es el pensador Carl Schmitt, cuando en El Concepto de lo Político, hace clara referencia al uso de los términos como exponensiadores de violencia. Cuando un gobernante se encarga de difamar a la contraparte, refiriéndose con adjetivos ajenos a lo político, usando términos estéticos (feos-bellos), éticos (bueno-malo), jurídicos (justo-injusto), viola un principio básico de la política que comprendida en términos amigo/enemigo, establece su distinción en las ambiciones que los hacen confrontarse, igualándolos, ambiciosos todos, y no uno pretextando la supremacia moral de su causa, que más bien lo que hace es deshumanizar al contrario, pues en lugar de comprenderse como un contrincante digno, se autoimpone el epiteto de luchador de las supremas causas del bien, en contra de un mal supuesto. Cuando tenemos a algo "malo", pareciera que se nos concede el deber de destruirlo, es por eso que el conflicto se eleva, y al opuesto se le aniquila, como Schmitt comprenderá que se hizo con Alemania al final de la guerra.
El pueblo alemán estaba enojado con lo dramático de las circunstancias, con el uso de un lenguaje difamatorio hacia ellos al hacerlos moralmente reprochables de eventos que también sus contrapartes generaron. Eso nos debe enseñar a comprender que el uso irresponsable de las palabras, puede ser factor de un odio y una venganza de proporciones cataclismicas. Las atrocidades de la Segunda Guerra fueron su consecuencia. Ojalá todo fuera como saber cerrar la boca.